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La Mandíbula Trabada y la Vocecita Suave

Te habla Dios cuando no puedes hablar de ninguna manera? En mi caso lo hizo.

Debo haber tenido cinco años o algo así cuando tuve el impulso apremiante de ser maestra. Dos años antes mis padres se volvieron adventistas y crecí en un medio adventista, con todas las ventajas que esto implica: educación religiosa, escuela sabática, estudios bíblicos. El tener acceso a todo eso y participar en la vida de la iglesia fortaleció dentro de mí el deseo de llegar a ser maestra.   Incluso como adolescente, viviendo en una granja, una de las cosas que más me gustaba era dirigir una escuelita para los hijos de los peones de la granja, enseñándoles a hablar, leer y escribir en inglés. Disfrutaba de cada minuto y la sonrisa en el rostro de esos niños constituía suficiente recompensa. Londres Este, en Sudáfrica, no era exactamente un lugar donde los niños tenían iguales oportunidades para su educación y desarrollo en esos días.

Con todo, fui muy afortunada. Mis padres eran del color "correcto", del status correcto y, sobre todo, me amaban entrañablemente. Mis años de escuela transcurrieron felices. Dediqué tiempo a la vida de la iglesia, particularmente en las reuniones campestres y en las actividades de los jóvenes. Muchos jóvenes con los que me encontré hablaban de sus aventuras en su vida de misión, algunos como estudiantes voluntarios. En lo profundo de mi corazón, sentía también una atracción por ser misionera en tierras lejanas. ¿Habría de llegar ese día?

Tuve que elegir mi profesión justo antes de los exámenes finales de mi educación secundaria. Sabía exactamente lo que habría de ser. Docente, de hecho. Dos semanas antes de la entrevista de selección para la formación de docentes, me atacó una encefalitis.   Se trata de una enfermedad tan difícil de sobrellevar como de pronunciar su nombre (por lo menos, en mi idioma). Es una inflamación del cerebro y afecta la membrana y el tejido del cerebro y sus efectos son impredecibles. Me dejó inconsciente por un mes. Por lo tanto, perdí mi entrevista y los exámenes finales de la escuela secundaria.

Lucha interior

Un año después intenté de nuevo y conseguí ingresar en la universidad con una beca. Los estudios me resultaron estimulantes. Me hice de nuevos amigos.   Esperaba convertirme en el futuro en una docente bien preparada. Entonces, en el año final de mi preparación, sobrevino otra vez el desastre. Repentinamente, una mañana cuando estaba desayunando mi cereal, mi mandíbula se apretó, se trabó y no pude abrir la boca. Me sobrecogió el miedo. Llevó tres meses llegar a un diagnóstico apropiado y el tratamiento demandó algo más de tiempo. Los doctores indicaron que no sería capaz de hablar normalmente otra vez. No podía cantar. Me preguntaba si alguna vez sería capaz de enseñar.

Por mucho tiempo sólo ingería líquidos. ¿Probaron ustedes alguna vez "comer" pizza licuada? No es justamente una exquisitez. Aun cuando luchaba con mi enfermedad, continuaba mis estudios en casa, aprobé los finales e ingresé a un programa de educación especializada.

Todavía no puedo darme cuenta totalmente de todo esto. Una puerta se cierra; otra se abre. Mi mandíbula estaba trabada.   No podía hablar claramente.   Pero podía leer.   Podía orar. Podía escuchar. Entonces, un día escuché con claridad una vocecita suave: Dios me necesitaba para una tarea especial, de algún modo especial.

Muy pronto después de mi graduación, conseguí un trabajo como maestra de educación especial en mi pueblo.   El trabajo era gratificador.   Me pagaban bien. Al año compré un auto y una casa y me establecí cómodamente.   Pasaron tres años. Todavía podía escuchar una vocecita queda, pero no estaba completamente segura. En tanto mi mandíbula necesitaba otra cirugía, requiriendo que se me extirpara parte del cartílago de la oreja.

¿Estaba hablándome Dios a través de todos esos sufrimientos? Sí, me decía a mí misma mientras sufría, para olvidarme totalmente de ello cuando me encontraba bien. Luego de muchas batallas interiores, escribí a la Asociación General y ofrecí mis servicios.

Para mi sorpresa, recibí un llamado para Corea. ¿Qué es eso? ¿Cómo es esa gente? ¿Dónde está en el mapa?   ¿Me adaptaré a esa cultura?   No tenía todas las respuestas y esperaba secretamente que no tuviese que ir.   Pero la mandíbula trabada y la vocecita suave me recordaban constantemente que Dios tenía un propósito para mí. Y como cualquier buen personaje del Antiguo Testamento, demandé una señal de parte de Dios.   Tenía una casa. Si pudiera venderla sin perder dinero, iría a Corea. Un amigo me invitó a orar juntos. Diez minutos más tarde una dama golpeó a mi puerta. Se vendió la casa. La vocecita suave ahora era un gran megáfono.

La tierra de la calma matutina

Pronto estaba volando a Seúl, Corea.   La tierra de la calma matutina me trajo cualquier cosa menos calma, al menos por un tiempo. Era una advenediza en tierra extraña. El clima era diferente. Pero en pocos días me hice de amigos. La familia de Dios en cualquier parte es la misma: en amor, en adoración, en trabajo, en compañerismo. La cultura difiere y lo supe muy pronto. Tienes que dejar los zapatos afuera cuando entras a una casa.   Debes respetar a los ancianos. Eliges amigos de tu propia edad. Con todo, inmediatamente sentí una unidad y armonía familiar.

La Iglesia Adventista en Corea del Sur sostiene unas 17 escuelas de idioma.   Se me asignó a una de ellas en la bella isla de Cheju, al este del mar de la China.   Tuve que compartir el departamento con una japonesa y una norteamericana y el crisol de tres culturas diferentes en el medio de una cuarta fue bueno para nuestros caracteres y para la comprensión de nuestro mundo.

Enseñé inglés y Biblia. Las clases eran de 7 a 10 y de 18 a 21. Entre las clases me reunía con los jóvenes, uno a uno, conversaba con ellos, los aconsejaba, jugaba con ellos y aprendía de ellos.

La comunicación a veces nos mete en problemas. Como el día cuando le dije a alguien: "Hasta luego.¡Te veo en el Nilo, cocodrilo!" El muchacho me tomó en serio, se sintió ofendido y me preguntó tímidamente: "Profesora, ¿es ese un lindo nombre para mí? ¿Acaso me parezco yo a un cocodrilo?

A pesar de esos malentendidos, nuestros alumnos eran como los jóvenes en cualquier parte: curiosos, divertidos, amorosos, ansiosos por encontrar sentido a la vida. Ese anhelo es el que nos mantiene juntos, docente y discente. Juntos exploramos el hallazgo del mayor propósito de la vida, en Cristo Jesús. Esto fue lo más saliente de mi experiencia en Corea. Cuando descubres en la Biblia que la vida es más que la mera existencia, cuando ves que a alguien se le ilumina el rostro porque el Espíritu está trabajando dentro de sí, cuando te das cuenta de que Jesús se convirtió en el amigo más cercano de alguien, te sientes bendecido. Te sientes elevado.   Sientes la cercanía de Dios. La vocecita suave se vuelve tan real, que no puedes decir otra cosa que: "Gracias, Señor, por revelarte a mí".

Sherry J. Botha de Londres Este, Sudáfrica, es estudiante misionera en Corea del Sur.

Los lectores interesados en un servicio misionero de corto plazo pueden contactarse con el representante de Diálogo que aparece en la página 2 o escribir directamente a: Adventist Youth Service; 12501 Old Columbia Pike; Silver Spring, MD 20904; U.S.A.   En Estados Unidos, llamar al 1-800-252-SEND.


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