Misión en Madagascar

Como estudiante en la Universidad de Córdoba, Argentina, mi blanco era completar mis estudios de odontología y establecerme para ejercer mi profesión. Tenía conciencia de mis raíces adventistas y de mis responsabilidades. Mis padres me habían educado para amar a Dios y servir a la humanidad. Mi cometido fue siempre hacer su voluntad y aceptar el llamado del deber dondequiera él me necesitara.

Aunque pensé ofrecer mis servicios como misionero, sentía que en mi propio país habían suficientes desafíos.

Pero Dios tiene una manera de intervenir misteriosamente en la vida de uno. No me encontraba en el camino a Damasco o en un barco pesquero. Ni siquiera estaba asistiendo a una convención de la iglesia. Solamente se trataba de una reunión común con el pastor Siegfried Mayr, presidente de la en ese entonces Unión Misión del Océano Indico, que resultó en un extraordinario evento en el cual la profesión, la visión y la dedicación actuaron en conjunto y me despacharon en un avión a la lejana isla de Madagascar.

¿Madagascar? Tuve que consultar un mapa para saber dónde se encontraba. Y la hallé a dos continentes de distancia, en la orilla occidental del Oceáno Indico. Su cultura, idioma, alimentos, estilo de vida y cualquier otra cosa que representa extrañeza me confrontaron cuando llegué a la isla. Pero había algo similar entre la Argentina y Madagascar: su gente necesitaba saber del tierno amor de Dios.

Pronto me di cuenta que el amor de Dios en el caso del pueblo de Madagascar se podía expresar por medio de mi trabajo en los dientes de la gente. Tú dirás que esa es una forma extraña para demostrar el amor de Dios. No creas. ¿No hizo acaso el Señor nuestra dentadura para que durara toda una vida? Bien, aquí es donde había necesidad de tal enfoque. Previamente, el pastor Mayr me convenció de que la iglesia podía lograr un impacto duradero por medio del cuidado dental profesional. Tan pronto como llegué a la isla me ocupé en establecer una clínica dental que demostraría en forma práctica que los adventistas en realidad se interesan por los demás.

Comienzos difíciles

Sin embargo, el comienzo no fue fácil. La burocracia tiene su manera de tornar las pólizas en obstáculos. La asociación dental local no veía la necesidad de tener otro dentista en las afueras de Antananarivo, la capital. Solamente el 10 por ciento de los materiales necesarios para iniciar la clínica se podían obtener localmente. Y luego, el problema más grande era la falta de dinero suficiente para construir una clínica con equipo moderno.

La situación no era promisoria. ¿Debería quedarme y seguir probando? ¿O debería regresar a la seguridad de una práctica confortable en mi tierra, cerca de familiares y amigos? Afortunadamente la balanza se inclinó hacia la fuerza de la fe, que me fue infundida en mi niñez por padres cristianos. ¿Y acaso el Señor no dijo que una fe del tamaño de un grano de mostaza tiene el poder de mover montañas? Oramos, y oramos, y dejamos que Dios obrara.

Pronto las puertas comenzaron a abrirse. Siete meses después de la solicitud inicial, el Ministerio de Salud Pública y la Asociación Dental de Madagascar aprobaron nuestra solicitud para comenzar una clínica. Las donaciones recibidas de la Asociación General y de ADRA en Suecia, más un préstamo de la unión misión nos dieron la ayuda necesaria para empezar. Dos dentistas locales y un asociado dental se unieron conmigo y formamos el grupo inicial de trabajo. Pero necesitábamos ayuda para la instalación de los laboratorios que harían las prótesis localmente. Esa ayuda nos llegó personificada en Reijo Heirovonen, un fabricante de prótesis que se había jubilado debido a un accidente. Al enterarse de nuestra necesidad, vino por avión para convertir nuestro sueño en realidad. Dos voluntarios más llegaron de Suecia, seguidos por otro de Francia. Finalmente, teníamos una clínica dental completa y moderna, funcionando en un edificio atractivo que nosotros mismos habíamos diseñado.

Pacientes de lejos y de cerca inundaron la clínica. Hoy en nuestra lista se incluyen el ex-primer ministro de Madagascar, ministros nacionales, miembros del personal de las embajadas de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Egipto, Estados Unidos y Suiza, así como gente de negocios y profesionales conocidos. Antes tenían que viajar a Sudáfrica para recibir servicios dentales. Ahora eso es cosa del pasado.

Dos años después de haber iniciado la clínica principal, establecimos otra clínica cerca del centro de la ciudad de Antananarivo. Pequeña, pero bien equipada, presta servicios a gente de escasos recursos. Nuestros pacientes en toda la isla han llegado a conocer por primera vez a los adventistas y lo que ellos representan.

El servicio desinteresado

Pronto descubrí otras zonas en donde había necesidad. Durante una visita a una pequeña isla a 30 millas de Madagascar, encontré gente que vive sin ningún cuidado o facilidad de servicio médico. La isla tenía una población reducida, pero el 70 por ciento de los jóvenes padecían de enfermedades transmitidas sexualmente y el 95 por ciento de los niños sufrían de parásitos intestinales, sarna e infecciones bucales.

Decidimos hacer algo por esta remota isla. Regresamos con un equipo de cuatro personas: una doctora, dos enfermeras y yo con los medicamentos y los instrumentos necesarios. Nos trasladamos de aldea en aldea. No había carreteras pavimentadas, tampoco existía un sistema moderno de comunicación, solamente pies doloridos y corazones llenos de amor y de respuestas para la gente. Vivimos entre el pueblo, en sus chozas, comimos con ellos y les demostramos lo que significa el amor de Dios. Nuestra estadía de dos semanas terminó después de haber tratado a 800 personas. Pero no fue solamente el resultado de los tratamientos y la sanidad lograda por nuestra misión lo que nos dio el sentido de una misión cumplida, sino   ver la conmovedora sonrisa de los niños que cantaban con nosotros y a los adultos que se atrevían a mirar nuevamente hacia arriba y de alguna manera sentían que aún hay gozo y esperanza en esta vida.

¿Para qué existen las misiones?

Cinco años después de mi llegada a Madagascar, para mí la pregunta es de mayor alcance aún. ¿Qué espera Dios de mí en este mundo? La pregunta se repite vez tras vez mientras miro un diente cariado, a un niño sufriendo de sarna o a los reos en las cárceles de Madagascar. He encontrado la respuesta. Dios espera que yo sea sus manos, sus ojos, sus oídos, sus pies, su corazón, para amar y servir a su pueblo. ¡Eso es misión!

Ser misionero no es solamente contar las victorias y llorar ante los fracasos. Satanás quiere que caigamos en cualquiera de estas dos trampas. Ser un misionero implica estar donde Dios quiere que estemos y hacer lo que él quiere que hagamos. Puede ser cerca de tu hogar o lejos de él. Tú puedes representarlo en cualquier momento y en cualquier lugar a donde él te llame.  

Marcelo Toledo (Doctor en Odontología de la Universidad de Córdoba, Argentina) es el director de la Clínica Dental Adventista de Antananarivo. Su dirección es: Boite Postale 700; Antananarivo 101; Madagascar.

Los lectores que han terminado sus estudios en odontología y desean servir como misioneros pueden dirigirse al Director de Asuntos Dentales; Departamento de Salud y Temperancia; 12501 Old Columbia Pike; Silver Spring, MD 20904; EE.UU. de N.A.