Mi búsqueda de la verdad

Cuando salí de mi pueblo natal de Madurai, India, hacia Portland, Oregon, hace 25 años, poco sabía que estaba iniciando un viaje que cambiaría mi vida para siempre. Iba a terminar un doctorado en física y hacer algunos contactos de negocios que podrían ayudarme más tarde en el futuro. Esos planes eran importantes para mí y seguían dando vueltas en mi mente. Pero Uno a quien todavía no conocía tenía otros planes para mi vida. Y él estaba determinado a “atraparme” para sus propósitos.

Nací en el seno de una familia hindú de clase media-baja. A la edad de seis años perdí una buena parte de mi pierna derecha en un accidente, quedando incapacitado para el resto de mi vida. Pero fui tan bien aceptado y amado por todos los que me rodeaban que muy raras veces me preocupó ese impedimento. Sin embargo, podía entrever las duras realidades de la vida. Mi niñez era diferente a la de los otros niños. Había muchas cosas que ellos podían hacer que yo no podía hacer y a menudo me preguntaba: “¿Por qué yo?”

Pero mi impedimento traía consigo algunas ventajas: Podía pasar mucho tiempo leyendo y reflexionando. En mis años infantiles disfrutaba leyendo historias de dioses hindúes. Al cumplir los 12 años, decidí ser un devoto del Señor Muruga, uno más de la abundante plétora de deidades del hinduismo. Más tarde me concentré en el estudio de la ciencia y no sentí la necesidad de un dios. Me volví hacia los grandes científicos y filósofos. Bertrand Russell y su posición atea me fascinaban.

Un vuelco total

Sin embargo, al estudiar más acerca de la ciencia y la naturaleza, mis percepciones dieron un vuelco total. Vi que los argumentos de Russell, aparentemente lúcidos, tenían algunos errores sutiles. También noté que las leyes que gobiernan la naturaleza son demasiado hermosas y organizadas para ser accidentales o sin propósito. Ya había experimentado el amor de las personas, pero al cruzar las fronteras del escepticismo de la adolescencia, sentí que la naturaleza toda estaba llena de amor, si tan sólo uno tomara el tiempo para notarlo.

De manera que hacia la mitad de mis años veinteañeros llegué a la conclusión de que era imperativa la aceptación de la existencia de un Diseñador bueno y amoroso para que las cosas que nos rodean cobraran sentido. Y si en realidad existe un Diseñador que lo diseñó todo, seguramente debía haber un propósito para su diseño. En particular, debía haber algún propósito para que él me creara a mí. Yo quería descubrir ese propósito. Muchas noches, sentado a solas, con la cabeza entre las manos, le rogaba al Diseñador que se me revelara, si es que realmente existía. Me encontraba en una búsqueda espiritual.

Entonces viajé a los Estados Unidos. Mi vida como estudiante universitario era satisfactoria, pero las preguntas espirituales continuaban persiguiéndome. ¿Existe Dios? Y si existe, ¿qué quiere él que yo haga? ¿Qué significado tiene mi vida?

La angustia se apoderó de mí. Evité a mis amistades y las reuniones sociales. Me enfrasqué en mis estudios, pero usaba el poco tiempo que me quedaba leyendo cualquier cosa que, aunque superficialmente, prometiera darme alguna respuesta. Un día, se me ocurrió que debía leer la Biblia. Inmediatamente compré una Biblia y un Corán. Empecé a leer los dos con toda sinceridad. Era el 6 de agosto de 1977, un sábado. Mi lectura del Corán no avanzó mucho. Pero sucedió una cosa enteramente diferente con mi lectura de la Biblia.

Me volví a la Biblia

Anticipé que la Biblia sería un libro de historias mitológicas. En realidad, empezó casi como una mitología, pero pronto se convirtió en historia, en un libro de leyes, y de amor y vida. Y allí estaba Dios, íntima e intensamente involucrándose en cada aspecto de la vida humana, en lo aparentemente más trivial hasta en lo más serio. En unos dos meses me leí toda la Biblia. Fue una experiencia inolvidable en sí. El libro me resultaba extrañamente notable. Parecía contestar muchas de mis preguntas acerca de la vida, aunque todavía no lo entendía todo. Pero también hizo que surgieran muchos otros interrogantes en mi mente.

Cuando leí los cuatro evangelios, el carácter de Jesús hizo una profunda impresión en mí. En realidad, él era la persona más genuina que un ser humano podría ser. Estaba seguro que un carácter como el suyo no podía haber sido creado por la imaginación humana. Este hecho tenía implicaciones muy importantes. ¡Jesús debía haber sido verdadero, real, y por lo tanto la Biblia debe ser verdadera también!

Pronto tuve tiempo sólo para dos cosas. Mis estudios de postgrado y mis estudios de la Biblia. Comencé a estudiar las profecías de la Biblia. Al hacer esto me di cuenta que había muchas interpretaciones, la mayoría de ellas sólo parcialmente consistentes. Pero noté que había una línea de interpretación en particular que era mucho más consistente y lógica que las demás. Luego descubrí que ésta pertenecía a la Iglesia Adventista. Pronto empecé a asistir a varias iglesias y a reuniones de confraternidad en mi localidad. Me relacioné con una variedad de cristianos de diferentes denominaciones y tomé cursos bíblicos en los colegios de los alrededores, leí libros de explicación sobre la Biblia y llamé a ministros para tratar preguntas que tenía sobre temas bíblicos. En todo este proceso, me inundó una luz que alumbró mi camino.

También quedé intrigado por la existencia de tantas denominaciones; todas aseguraban que estaban basadas en la Biblia. Cuando miré con cuidado las diferencias entre las denominaciones, me di cuenta que la Iglesia Adventista era mucho más bíblica que todas las demás. La doctrina de salvación de la Iglesia Adventista era clara y consistente. Esta era la única doctrina que satisfizo mi sensibilidad intelectual, emocional y moral. La verdad de Dios y de su salvación se presentaba ante mí en toda su hermosura. Fue tan increíble que me pregunté: ¿Es ésta la verdad realmente? ¿Debo aceptarla? ¿Debo dedicarme a ella? ¿Y si resultara ser una falsedad astutamente construida?”

La respuesta resonaba como un eco dentro de mí. “Supongamos que en la ciencia se propusiera una nueva teoría, algo que por lo general es bueno, pero de ninguna manera perfecto, ¿qué harías? ¿No vas a aceptar la teoría por lo que vale hasta que, y a menos que, encuentres una teoría mejor para reemplazarla? Haz lo mismo en este caso. Aquí hay una nueva VERDAD. Acéptala ahora y vívela hasta que puedas encontrar algo mejor. Si no es la verdad, ¿qué otra cosa puede ser?”

Me bauticé

De manera que acepté al Señor y me entregué a él. ¿A qué iglesia iba a unirme? ¡A la adventista, por supuesto! Llamé al pastor Eugene Amey, de la iglesia de Hillsboro, Oregon y le pedí ser bautizado. El pastor Amey se alegró, pero sugirió que tomara estudios bíblicos con él antes del bautismo. Esto me chasqueó un poco. Estaba ansioso de bautizarme al día siguiente, pero acepté su sugerencia. Luego vinieron diez meses de emocionante estudio de la Biblia. El despliegue del gran amor de Dios me hizo derramar lágrimas. El pastor Amey me introdujo a los escritos de Elena White. Al principio sentí cierta aversión hacia ellos. Me parecía ser demasiado presuntuosa y confiada. Pero al madurar en mi entendimiento del amor de Dios, sus escritos empezaron a tener más sentido y a influenciarme más. Comprendí que el mismo Espíritu que obró en ella me estaba guiando también a mí en la verdad.

Me bauticé el sábado 11 de agosto de 1979. Al fin Dios me había “atrapado” en su red. En febrero de 1980 terminé mi doctorado y regresé a la India como profesor conferenciante de física en el Colegio Americano en Madurai, India.

Encontré la verdadera ciencia

Al continuar mi búsqueda de la verdad percibí que el compendio de lo que la Iglesia Adventista sostiene no es otra cosa que una ciencia, consistente, sistemática y organizada. Elena White la llama la ciencia de la salvación. Creo que existen cuatro razones valederas para afirmarlo.

1. Hay una lógica teorética. En las teorías científicas debe haber una estructura lógica. En la historia del gran conflicto entre Dios y Satanás existe una estructura lógica. Es la lógica del amor. El amor perfecto y puro opera de acuerdo con una lógica propia. El problema con la mayoría de las personas es que poseen un asimiento débil de esta lógica y luego suponen que no hay una lógica. Pero la lógica está allí y es una lógica hermosa si solamente la podemos aprehender.

2. Hay evidencias experimentales. Las teorías científicas deben ser comprobadas en laboratorios para su veracidad. La historia del gran conflicto se comprueba en la historia humana por su veracidad. Es decir, la tierra es el laboratorio. La historia humana es el gran experimento llevado a cabo para decidir entre lo que es bueno y lo que es malo. Muchas personas son engañadas al percibirlo de esa manera. Pero este es el más grande de los experimentos.

3. Hay predicciones. En la ciencia, si las predicciones resultan ser correctas, entonces se supone que la teoría es válida. En el caso presente, tenemos profecías, muchas de las cuales son predicciones. Muchas profecías han resultado correctas. Esto da solidez a las verdades que la Iglesia Adventista expone. La más grande de todas las predicciones es que Jesús vendrá otra vez. Yo creo que esto se verificará muy pronto en la historia humana.

4. Hay una interacción positiva con otros campos de la ciencia. Una buena teoría científica en un área a menudo lanza considerable luz sobre otras áreas. El tema del gran conflicto y el aspecto mundial de la Iglesia Adventista explica la vida en su variada complejidad.

Finalmente, como adventista, tengo acceso a toda la verdad revelada. La tomo asiéndome de ella. Mi viaje en búsqueda de la verdad finalizó con una audiencia con la Persona más maravillosa, Jesús, Dios hecho carne.

K. Shanmuganathan (Ph.D. Oregon Graduate Institute) es profesor de física en el American College. Su dirección es: Physics Department, American College, Madurain, 625 002 India.