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La verdad es una Persona

Imágenes, imágenes y más imágenes. Se observan en todo lugar. Las encontramos en multiplicidad de formas. Hubo un tiempo cuando eran esculpidas en piedras. Actualmente, la tecnología nos ha provisto de diferentes instrumentos para crearlas y darles vida. Ellas se mueven, hablan, gritan, vuelan, comen, cantan y se regocijan. Las industrias de la cinematografía, la televisión y las computadoras se nutren de nuestra obsesión por las imágenes.

Pero quizás el hecho más sorprendente en la historia de las imágenes sea el que finalmente podemos relacionarnos con ellas en formas que anteriormente ni imaginamos. Somos capaces de crearlas, modificarlas, comunicarnos con ellas y de destruirlas. Las imágenes modernas son tan vívidas que nos referimos a ellas como “virtualmente reales”.

Así pues, pareciera que al ser humano le resultara más fácil manejar las imágenes que la realidad misma. Pero si nos movemos al plano cósmico descubriríamos que la problemática principal es la de la imagen versus la realidad, la falsedad contra la verdad. Por todo el universo los seres inteligentes han sido confrontados con una imagen de Dios concebida en la mente de una criatura rebelde. De ahí que la pregunta más importante a nivel cósmico sea la de la naturaleza de la verdad. Para su respuesta nos volvemos a Jesús. El dio una definición totalmente diferente a la que se había emitido anteriormente en el planeta: “Yo soy . . . la verdad” (Juan 14:16), dijo él. Esta aseveración sorprendente nos lleva a hacer varias afirmaciones sobre la verdad.

1. La verdad es trascendente

La realidad suprema está localizada fuera del universo y no dentro de su unidad estructural y funcional, lo cual no significa que seamos incapaces de percibir elementos de la verdad por medio del uso de nuestras habilidades racionales. Por el contrario, podemos obtener cierto conocimiento. Sin embargo, el conocimiento no es algo que creamos sino algo que descubrimos. Tal conocimiento es fragmentado y a fin de que sea verdaderamente significativo debe ser ubicado dentro del marco de referencia provisto por la verdad suprema.

Tal perspectiva nos es inaccesible pues requeriría el que trascendamos el universo, algo simplemente imposible. Sin embargo, la verdad descendió hasta nosotros, entró en nuestro mundo en la forma de una persona y nos dijo: “Yo soy la verdad. Yo soy el único que puede integrar todas las cosas en una unidad de significado porque por medio de mí todas las cosas fueron creadas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles. Yo soy antes que todas las cosas y en mí todas las cosas existen” (ver Colosenses 1:16-17).

Esta declaración de Jesús fue un golpe poderoso contra lo que los griegos llamaban autárkeia o autosuficiencia. Ellos concebían la verdad como la expresión de la esencia eterna, incambiable e inamovible de las cosas y que los seres humanos podrían descubrirla por medio del análisis racional. La verdad suprema estaba ubicada en el mundo immaterial de las ideas, el cual consistía en abstracciones racionales formuladas por la mente humana. En contraposición a esto Jesús proclamó que la verdad está más allá del alcance de la mente humana autónoma pues nos llega en una revelación. Al afirmar: “Yo soy la verdad”, Jesús rechazó cualquier intento de definir el origen, la naturaleza y el destino de la raza humana desde una perspectiva naturalista.

Además, él reclamaba el derecho a la verdad absoluta. El no dijo:

“Yo soy una dimensión de la verdad, un aspecto de la verdad, un elemento de la verdad”. El que hablaba era el Eterno “Yo Soy”, Dios en forma humana. Es en él que todo conocimiento encuentra su centro y significado.

La Biblia asevera que la verdad o la sabiduría se obtienen solamente si uno está dispuesto a reconocer que “el temor de Dios es el principio de la sabiduría” (Proverbios 1:7). La Biblia rechaza la autárkeia como vehículo de la verdad. A la persona inmatura, tentada a ser autónoma, le llega el consejo: “Confía en el Señor de todo tu corazón y no te apoyes en tu prudencia” (Proverbios 3:15). Esto resulta ser difícil para la persona autárkes.

2. La verdad es una Persona

Decir que la verdad suprema está localizada más allá de la esfera de acción humana es establecer algo que no es popular o fácil de aceptar. La naturaleza trascendental de la verdad le pone límites a nuestro orgullo y tiende a hacernos sentir incómodos. Pero quizás más inquietante para la lógica humana es la aseveración de Jesús de que la verdad está en él, la verdad es una Persona.

La filosofía procura la verdad en términos de abstracciones, identificando la esencia detrás de nuestras experiencias sensoriales. Pero Jesús ataca tal noción al decir que la verdad no es un cuerpo de conceptos abstractos o universales que podemos utilizar para comprender los fenómenos que observamos. El sugiere que todo lo que vino a la existencia fue el resultado de la actividad creadora de una Persona de la cual todas las demás personas derivan su existencia. Lo que mantiene al universo unido es una Persona —no una ley, no un principio, no una simple fuerza impersonal.

La verdad entendida como Persona significa que es racional e inteligible. Su comprensión no exige un rechazo de las habilidades racionales. Por el contrario, es a través de nuestro raciocinio que podemos tener contacto con la verdad. Esto es posible porque Jesús, la Verdad, se hizo accesible a nosotros. Es, pues, necesario que desarrollemos al máximo nuestras capacidades racionales dentro de la esfera de la verdad que nos proveyera Aquel que dijo:“Yo soy la verdad”.

La verdad como persona significa también que el universo no opera en forma mecánica controlado por fuerzas impersonales. Ciertamente hay leyes que gobiernan todos los fenómenos, visibles e invisibles. Pero esas leyes son la expresión de la voluntad y el poder de la Persona que es la verdad y que preserva unido el universo. “Oh Señor, tu eres único; tú hiciste el cielo, y el cielo de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que contiene, los mares y todo lo que hay en ellos. Tú das vida a todas las cosas” (Nehemías 9:6). El verbo traducido “dar vida” signifca “mantener con vida”. Es la Vida la que preserva la vida. La vida inteligente es preservada por el poder y la fuente misma de vida inteligente. La realidad suprema se interesa por lo que existe; únicamente las personas se preocupan.

La verdad como persona revela la naturaleza de la realidad suprema: Dios es verdad. Esta verdad se humilló a sí misma en forma misteriosa y entró en nuestro mundo en la forma de un ser humano (ver Filipenses 2:5-11). La realidad suprema no es ya más exclusivamente trascendente porque estuvo y está ahora entre nosotros. Juan dice que lo vimos “lleno de gracia y verdad” (Juan 1:14). La Verdad, pues, se expresa a sí misma en humildad, asumiendo la forma del necesitado y sencillo, avergonzando nuestro orgullo y autosuficiencia.

La naturaleza de la verdad no se reveló solamente en la encarnación sino también en la cruz. La Verdad murió a fin de preservar vivo el fenómeno, el mundo creado. ¡El que mantiene el universo unido murió y sin embargo el universo no se desintegró y murió con él! Una vez más sucedió lo inesperado y se reveló que la Verdad puede sacrificarse a sí misma por la criatura y continuar al mismo tiempo manteniendo el universo unido.

La verdad como Persona revela además que en el mismo centro del ser divino sólo encontramos amor (ver 1 Juan 4:8). En la cruz la falsedad fue desenmascarada: la imagen creada por Satanás acerca de Dios y su amor demostró ser falsa. La verdad derrotó la mentira satánica.

3. La verdad debe ser apropiada

Cuando Jesús dijo: “Yo soy la verdad”, él esperaba una respuesta. Siendo que él es la verdad no debemos relacionarnos con él en términos de la objetividad científica e impersonal, sino en una relación de persona a persona, de “Yo-Tú”. Entendemos a las personas al relacionarnos con ellas, al envolvernos en sus vidas, al participar con ellas en la experiencia de estar vivos, en la koinonía. Podemos tener compañerismo con la Verdad porque es una persona. En él está localizado el origen, blanco, y naturaleza de nuestra existencia y de la del mundo entero. Es en él que puede encontrarse una cosmovisión correcta pues él es quien le da cohesividad y significado al universo.

Lo que se necesita es una disposición a entregarle nuestra autárkeia. En esto consiste esencialmente la libertad: “Conoceréis la verdad y la verdad os libertará” (Juan 8:32). Somos esclavos del pecado que se manifiesta a sí mismo en el clamor por autosuficiencia. La mentira consiste en creer que podemos encontrar nuestro propio camino en el universo, que podemos descubrir significado permanente para nuestras vidas únicamente por medio de la búsqueda científica, tecnológica o filosófica. La sumisión a la verdad nos libera de la estrechez de nuestra autosuficiencia y nos integra al compañerismo con Aquel que dijo: “Yo soy la verdad”.

La verdad se aprehende no solamente por medio de un encuentro personal con el Señor sino también por medio de su Palabra. La verdad puede ser conceptualizada, codificada, incorporada en palabras. Dios usa el lenguaje humano, a pesar de sus limitaciones, como un vehículo válido para comunicar la verdad. Esto sucedió bajo la revelación e inspiración de Dios. Pablo dice: “Toda Escritura es inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16-17).

La verdad determina no sólo nuestro entendimiento de la realidad y nuestra comprensión del mundo que nos rodea sino también la forma en que vivimos. Cualquier compartamentalización de la verdad en términos de ética y religión, ciencia y fe, es un rechazo del hecho de que la verdad es una Persona y que él integra todo conocimiento en una sola unidad de significado. Debemos vivir de acuerdo con la verdad (ver 1 Juan 1:6). Debemos exhibir la verdad en nuestro lenguaje y en nuestra conducta.

Conclusión

La historia del pensamiento humano indica que somos por naturaleza buscadores. Exploramos la vastedad del universo, las profundidades de los océanos. Procuramos penetrar el microcosmos. Exploramos todas las esferas de conocimiento.

Sin embargo, nuestra búsqueda por la verdad suprema y absoluta ha concluido. Sí, todavía se nos reta a buscar una comprensión más profunda de la verdad, a explorar su riqueza y la complejidad de sus formas; pero la búsqueda por su misma esencia ha terminado. Concluyó porque vino a nosotros y nos dijo: “Yo soy la verdad”. Tal aseveración establece límites a nuestra autosuficiencia porque la verdad es transcendental, es una revelación y es personal. Podemos apropiarnos de esa verdad por medio del compañerismo con él y al seguirle con humilde obediencia.

Oriundo de Puerto Rico, Angel Manuel Rodríguez (Th.D., Andrews University) es director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General. Su dirección es: 12501 Old Columbia Pike; Silver Spring, MD 20904: E.U.A.


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