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¡En nombre de la ley!

De todas las cuestiones suscitadas en torno a la Biblia, no hay ninguna tan controvertida y polémica como la cuestión de la ley. Aunque no todo el mundo lo sabe, las mejores legislaciones de la historia están arraigadas en el concepto bíblico de ley. Al mismo tiempo ocurre que en nombre de esa ley se han cometido muchos abusos: se han proclamado guerras santas, se ha justificado la esclavitud, se ha discriminado a la mujer, se ha condenado la planificación familiar, se han reprobado las artes figurativas o se han prohibido las transfusiones de sangre.

¿Cómo una realidad tan fundamental en el proyecto divino para nuestra vida ha llegado a convertirse en un tema tan discutido?

Uso ilegítimo de la ley

Las dificultades con la ley de Dios no proceden solamente de nuestras transgresiones sino también de nuestros errores de perspectiva en lo que concierne a sus funciones. Muchos de esos problemas surgen de lo que George Knight llama "nuestros usos ilegítimos de la ley".1

Aun siendo santa, justa y buena (Romanos 7:12),* la ley de Dios puede ser utilizada de modo inadecuado, injusto y perverso. Puede emplearse a fines para los que no fue dada. En realidad una tentación frecuente del creyente consiste en servirse de la ley de Dios de modo indebido. Por ejemplo, en nombre de la ley un grupo de religiosos trajo ante Jesús una mujer sorprendida en adulterio, pero no tanto por respeto a la ley como para hacer caer a Jesús en una trampa de naturaleza teológica y jurídica (Juan 8:1-11). "Si indultaba a la mujer, se le acusaría de despreciar la ley de Moisés. Si la declaraba digna de muerte, se le podría acusar ante los romanos de asumir una autoridad que les pertenecía sólo a ellos".2

El recurso rabínico de acudir a la ley en esta ocasión era un mero pretexto para condenar a dos personas. Pero Jesús aprovechó el incidente para desenmascarar la hipocresía de los delatores, mostrar a la acusada su necesidad de la gracia divina y abrirle el camino a una nueva vida.

Para Jesús no basta aferrarse a la letra de la ley (Mateo 5:20). El verdadero respeto a la ley exige que se respete el espíritu que inspira cada precepto. Así el mandamiento "No matarás" requiere también el no herir o atacar ni siquiera verbalmente (Mateo 5:21-26). El precepto concerniente al adulterio no condena solamente el acto físico sino que incluye el pensamiento y las miradas (Mateo 5:27-28). Esto significa que la única manera válida de comprender la ley es teniendo en cuenta los principios implicados en cada precepto.

Otro uso ilegítimo de la ley es pretender ganar la salvación mediante su obediencia. Muchos fariseos enseñaban algo parecido. La herejía que amenazaba a los Gálatas tenía que ver con esa percepción equivocada de la ley. Pablo conocía bien el problema. Habiendo sido fariseo hasta su encuentro con Cristo en la ruta de Damasco, había llegado a jactarse de su legalismo, considerándose irreprochable con respecto a la ley (Filipenses 3:4-6). Pero cuando aceptó las buenas noticias del evangelio, comprendió que el legalismo no salva a nadie y que la salvación sólo es posible por la fe en Jesús (Romanos 1:16,17; Efesios 2:8). La ley no tiene en sí misma ninguna capacidad de salvar. Atribuirle tal poder es una falacia teológica que desvirtúa nuestra comprensión del modo provisto por Dios para redimirnos.

¿Conserva la ley alguna función en la vida del creyente salvado por gracia? Una de las confusiones más comunes y más graves en la historia de la iglesia "es el fallo en distinguir concretamente entre lo que uno debe hacer para ser moral y lo que debe hacer para ser salvo"3. Ese era el problema de los fariseos. Su visión optimista de la naturaleza humana los había llevado a una percepción equivocada del pecado. Creían que cualquier ser humano podía vencer al pecado sobre las mismas bases que Adán antes de la caída. Pensaban que cualquiera podía vivir de acuerdo con la voluntad de Dios mediante una fiel observancia de la ley. Esta visión limitada del poder del pecado (Romanos 3:9) afectaba la comprensión farisea de la función de la ley, concluyendo que la obediencia a la ley era el medio señalado por Dios para obtener la salvación.

Aunque Pablo y los reformadores protestantes han demostrado ampliamente las falacias de esa creencia, esta visión optimista del ser humano y esta percepción errónea de la ley todavía siguen vivas entre muchos cristianos de todas las denominaciones, incluidos los adventistas.

Necesitamos comprender, como escribió Elena White, que "antes que Adán cayese le era posible desarrollar un carácter recto por la obediencia a la ley de Dios. Pero fracasó en esa empresa. Y a causa de su pecado tenemos una naturaleza caída, y no podemos hacernos justos a nosotros mismos. Puesto que somos pecadores y malvados, no podemos obedecer la ley santa."4

Funciones de la ley

Si nuestra naturaleza pecadora ya no es capaz de cumplir las exigencias de la ley de Dios, ¿cuál es entonces la función de la ley? Pablo menciona varias.

La primera función es de naturaleza jurídica. Como cualquier otro código de leyes, la ley de Dios tiene una función "civil". Pablo dice que la ley fue dada "a causa de los transgresores" (Gálatas 3:19). La primera razón de ser de la ley consiste en limitar, evitar o prevenir en la medida de lo posible las transgresiones humanas, para contener el mal. En este sentido "la ley no fue dada para el justo sino para los injustos y para los desobedientes" (1 Timoteo 1:9).

La segunda función de la ley es teológica. "Por la ley", escribió Pablo, "viene el conocimiento del pecado" (Romanos 3:20). Y añade que si no fuese por la ley, él no hubiese descubierto que era pecador (Romanos 7:7). Una de las realidades más humillantes de la vida es que no siempre somos conscientes de nuestras fallas. En este contexto la ley funciona como un espejo (Santiago 1:23), que refleja como somos realmente. El espejo nos muestra nuestras manchas y nuestra necesidad de cambiar, pero es incapaz de quitárnoslas. Así ocurre con la ley de Dios. Nos permite tomar conciencia de nuestros problemas, nos dice que somos pecadores, pero no puede aportarnos ningún cambio. Cumple en ello una importante tarea —la de revelar el pecado— pero no puede remediar la situación. Para encontrar remedio debemos dirigirnos a Jesús.

Los luteranos han tendido tradicionalmente a negarle a la ley otras funciones que la civil y la teológica. El que la ley tenga una tercera función, la espiritual, ha sido muy discutido entre los protestantes. Si Dios ha dado la ley y si esta es un reflejo de su carácter, debe necesariamente revelarnos la voluntad de Dios para nosotros. Si Dios requiere el amor y condena la injusticia es porque el mismo es amante y justo. Pablo observa que "la ley es... santa, justa y buena" (Romanos 7:12-14). La ley indica que el ideal de Dios para cada ser humano es que reflejemos su carácter. Y como Dios no cambia, los principios de su ley son las normas permanentes del juicio, desde el Edén hasta el fin de los tiempos (Romanos 2:12-16; Apocalipsis 14:6-12).

No es de extrañar que el Nuevo Testamento afirme que los verdaderos creyentes son los que respetan la voluntad de Dios (Apocalipsis 14:12). Según Juan Calvino, este "tercer uso" es "el principal uso de la ley entre los creyentes en cuyos corazones el Espíritu de Dios ya vive y reina... Allí tienen el mejor instrumento para enseñarles cada día más plenamente la naturaleza de la voluntad del Señor a la que ellos aspiran".5 Ninguno de los tres usos de la ley tiene nada que ver con nuestra justificación. Si bien la ley no aporta la salvación, ofrece una guía ética y espiritual para el creyente. "La ley nos remite a Cristo para ser justificados, y Cristo nos remite a la ley para ser correctos".6

Por una parte, la ley siempre apunta hacia el evangelio para encontrar la seguridad de la salvación, y por la otra, el evangelio siempre nos invita a un respeto más sensible de la ley. Esta es la razón por la cual Pablo podía afirmar que la fe establece la ley (Romanos 3:31).

La insuficiencia de la ley

La misma ley marca sus propios límites. Esto lo vemos muy claro en el sistema del santuario israelita. La ley señala la trasgresión y condena al convicto por esa trasgresión. Pero la ley no puede hacer nada para expiar esa trasgresión. Hasta la venida de Jesús, el pecador debía recurrir a los servicios del santuario. En nombre de la ley, el pecador era invitado a hallar la salvación fuera de la ley (Romanos 3:21). La expiación por los pecados es un asunto de Dios (Levítico 16). La sangre provista para la expiación debía ser dada por Dios (Levítico 17:11). Es Dios quien justifica. Es Dios quien santifica (Levítico 20:8; 1 Tesalonicenses 5:23, 24).

El Nuevo Testamento muestra que toda la labor redentora, simbolizada en el santuario terrestre, se cumplió a través de Cristo (Romanos 3:27-31). Por lo tanto, "Cristo es el fin de la ley" (Romanos 10.4). En él culmina la ley como revelación, y a través de él todo lo que exige la ley se hace realidad.

Como afirma Elena White: "A través de la justicia imputada de Cristo, el pecador puede sentir que es perdonado, y puede saber que la ley ya no le condena, porque está en armonía con todos sus preceptos... Por fe se aferra a la justicia de Cristo y responde con amor y gratitud al gran amor de Dios en dar a su Hijo unigénito, quien murió para traer luz, vida e inmortalidad a través del evangelio. Sabiéndose pecador, transgresor de la ley sagrada de Dios, mira a la perfecta obediencia de Cristo, a su muerte en el Calvario por los pecados del mundo; y obtiene la seguridad de que es justificado por la fe gracias a los méritos y al sacrificio de Cristo. Descubre que la ley fue obedecida en su beneficio por el Hijo de Dios y que la pena por la transgresión no puede caer sobre el pecador creyente. La obediencia activa de Cristo cubre al pecador creyente con la justicia que cumple con las exigencias de la ley".7

La resistencia humana a la ley

A pesar de que los principios de la ley revelan la voluntad de Dios para con nosotros, tendemos a ver la ley principalmente como un obstáculo a la libertad. Aunque reconocemos las ventajas de respetar un cierto orden, nuestra naturaleza humana se resiste a cualquier restricción. Esperamos que los demás respeten la ley, pero se nos hace muy difícil someternos a su disciplina.

La necesidad de la ley es clara y lógica, pero tendemos a minimizar sus exigencias. La naturaleza requiere la existencia de la ley y la naturaleza humana reconoce esta necesidad. Pero saber es una cosa y hacer es otra muy distinta. La felicidad humana es el objetivo didáctico de la ley divina. La ley está hecha para apuntar hacia aquello que es bueno, para mostrar la diferencia entre bien y mal, respeto y violencia, justicia e injusticia. La ley traza una línea de seguridad entre estos polos y provee la valla que nos hace estar seguros en su interior. El modo imperativo de la ley no es otra cosa que la manifestación del amor de Dios.

La función didáctica de la ley

Pablo compara la función de la ley a la tarea de un preceptor que prepara al niño a seguir las instrucciones de un maestro superior. Dice que la ley debería "llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe" (Gálatas 3:24).

En la Biblia, a menudo las prohibiciones preceden a las órdenes. Por ejemplo, el mandamiento "No matarás" (Reina Valera) viene antes de cualquier desarrollo sobre el amor hacia nuestro prójimo. Porque no podríamos comprender el valor de la vida si no hubiese habido una prohibición que nos protegiese de nuestros impulsos violentos. La prohibición de matar previene nuestros impulsos agresivos y nos obliga a meditar sobre las consecuencias de nuestra decisión.

Mientras que la vida constantemente nos obliga a escoger, la ley nos ayuda a escoger bien. Nos enseña que no escoger es una opción peligrosa y que pedir la ayuda de Dios significa tener más libertad y no menos. Esta es la razón por la cual la Biblia la llama "la ley perfecta de la libertad" (Santiago 1:25).

En su función didáctica, la ley nos enseña dónde están nuestros valores. Cada prohibición y cada mandamiento afirman un valor específico: su no a la mentira nos recuerda el valor de la verdad, su no al adulterio subraya la importancia del amor fiel, su no a la violencia resalta el valor incalculable de la vida, etc. La ley nos dice que la vida y sentimientos de los que nos rodean son tan preciosos como nuestra propia vida y nuestros sentimientos. La misión de la ley de Dios es, en este sentido, más didáctica que impositiva, más reveladora que legislativa.

Captar los profundos valores de la ley, pero también sus límites definidos, nos ayuda a verla, ya no como un obstáculo a nuestra libertad, sino como una ayuda preciosa en nuestro camino. Nos guía, como un mapa o plano, pero el camino en sí mismo no es otro que Jesús. El mismo ha afirmado que en estos momentos confusos de la historia, los verdaderos creyentes permanecerán fieles tanto a los mandamientos de Dios como a la fe de Jesús (Apocalipsis 14:12).

Roberto Badenas (Th.D., Andrews University) es decano del seminario teológico del Instituto Adventista de Soleve, Francia, donde también enseña. Su último libro se titula: Más allá de la ley (Madrid: Safeliz, 1998). Su dirección: Boite Póstale 74; 74165 CollongessousSaléve Cedex; Francia.

* A menos que se indique lo contrario, todos los pasajes bíblicos están tomados de la versión Reina-Valera.

1.   George Knight: The Pharisee's Guide to Perfect Holiness (Boise, Idaho: Pacific Press Publ. Assn. 1992), pp. 59, 60.

2.   Elena White: El Deseado de todas las Gentes (Mountain View: Publicaciones
Interamericanas, 1955), p. 425.

3.   Knight, p. 65.

4.   Elena White: El camino a Cristo (Madrid: Safeliz 1991), p. 71, 72.

5.   Juan Calvino: Institución de la religión cristiana, 2:7, 12.

6.   B. W. Ball: The English Connection (Cambridge: James Clarke, 1981), p. 133.

7.   Elena White: The Youth Instructor, Nov. 29, 1894, p. 201.


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