El camino hacia Jesús

La noticia fue impactante. Durante años, mi amigo había sido un ateo convencido. El agnosticismo permeaba todos los aspectos de su vida. Hasta que un día, hacia fines de 1991, mi amigo irrumpió con la noticia: ¡había decidido unirse a la Iglesia Adventista del Séptimo Día! Yo no sabía mucho sobre los adventistas. Sólo había oído algunos rumores y críticas diseminadas por la propaganda comunista en sociedad con la Iglesia Ortodoxa Griega, en Rumania, mi tierra natal.

Incapaz de controlar mi asombro y desaprobación por la decisión de mi compañero, argüí con él tratando de “rescatarlo”. Sin embargo, al final de un largo debate, descubrí que las cosas no eran tan simples y cristalinas como me parecían al principio, y que había ciertos puntos en el cristianismo que merecían cuidadoso estudio y reflexión.

¿Es la Biblia relevante en todos los aspectos de la vida? ¿Cuán seguro es seguir la tradición? ¿Qué es lo que Dios requiere para mi salvación? ¿Cuán efectivo es rezarle a la virgen María? ¿Qué día de la semana es el del Señor? ¿Qué nos depara el futuro? ¿Llevan todas las religiones al cielo?

Con esas preguntas que rondaban de manera vertiginosa en mi mente, me volví a Bucarest para iniciar un nuevo semestre durante la primavera de mi último año de estudios en la universidad. Pero resultó ser mi primer año en la escuela de Cristo.

En aquel tiempo, como muchos otros jóvenes rumanos, me hallaba participando en toda suerte de prácticas dentro de la Nueva Era. Esta había invadido nuestro país después de la caída del comunismo. Yo creía en una especie de sincretismo religioso, el que para mí reconciliaba todas las diferencias entre las diversas religiones. Mientras me preparaba para el futuro, estudiaba el budismo zen y practicaba la meditación yoga, atraído por la vida solitaria de los monjes. En este contexto, me resultaba muy difícil aceptar que hay sólo un Cristo, una manera de ser salvo, un libro inspirado, un día santo y una iglesia verdadera.

No obstante, comencé a leer la Biblia. Mis amigos me aconsejaron que comenzara por los Evangelios. Y durante siete meses dediqué dos horas todas las tardes a leer el Nuevo Testamento, aunque continuaba mi aventura en la Nueva Era. Cuanto más leía el Nuevo Testamento, tanto más incómodo me sentía con mi meditación de la Nueva Era y con ciertas doctrinas de la Iglesia Ortodoxa Griega.

Llegó el verano y regresé a mi hogar, luchando aún con mis muchas preguntas sin respuesta. Le dije a mi amigo que necesitaba estudiar más tiempo. Le pedí más libros para leer. Y el me dio un libro de profecías bíblicas y un folleto sobre el controvertido tema del sábado. Casi el mismo día encontré el libro El Conflicto de los siglos en la mesa de luz de mi madre. Ella nunca había tenido tiempo de leerlo y yo decidí cubrir su negligencia. De manera que dediqué todo un mes a la lectura de mi nuevo descubrimiento, además de estudiar la Biblia y los otros libros.

Leía casi ocho horas por día. Pronto me di cuenta que me hallaba en la encrucijada de la vida. Me encontraba en un punto decisivo en el que debía hacer una elección definitiva. Podía aceptar la nueva verdad descubierta y permitir que transformara mi vida, mi filosofía religiosa y mis planes para el futuro, o podía rechazarla y continuar transitando mis antiguos caminos.

Al final de ese mes, decidí renunciar a mis creencias y prácticas de la Nueva Era, acepté a Jesús como mi Salvador y comencé a descansar el séptimo día, el sábado. No me resultó fácil dar ese paso y estoy seguro de que algún día conoceré los detalles de la “batalla angélica” que se libró sobre mi alma durante aquellos días. Dejé la Nueva Era y me encontré caminando hacia la Tierra Nueva.

La Biblia muy pronto vino a ser para mí el libro más fascinante alguna vez escrito y Jesús pasó a ser mi único verdadero maestro y mi más preciado amigo. Decidí bautizarme en el otoño de 1992, en Bucarest, al final de la cruzada evangelística del pastor Brad Thorp. Entonces Dios comenzó a derramar sus muchas bendiciones y dones sobre mi vida, como llegar a ser el director de la edición rumana del periódico adventista Señales de los Tiempos, casarme con Cecilia, mi maravillosa esposa, tener dos niños amorosos, y, por último, recibir una beca completa para graduarme en teología en la Southern Adventist University, Tennessee, Estados Unidos. Además, acepté el llamado de Dios a enseñar y compartir las verdades salvadoras del Evangelio.

¿Puedo decir que estoy agradecido a Dios por todas sus bendiciones? ¡No sería suficiente! No hay palabras para expresar mi gratitud y la eternidad va a ser demasiado breve para lograrlo.

Cezar Luchian es estudiante graduado del Seminario Adventista de Teología de la Universidad Andrews, Michigan, E.U.A., donde se está preparando para regresar a Rumania, su patria. Su E-mail: luchian@andrews.edu