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Vietnam: 25 años después Ralph S. Watts Nunca olvidaré ese momento mientras viva. Fue la culminación de muchas emociones que habían inundado mi corazón durante esa semana azarosa, la más difícil de mi vida. En ese momento tan especial, 180 vietnamitas, junto con un solitario misionero americano, corrieron, más que caminaron, hacia un estilizado avión C-141, que usaban las Fuerzas Aéreas para transportar carga desde los Estados Unidos hacia varios aeropuertos de Asia. Sólo que esta vez la preciosa carga era gente de Vietnam: bebés, niños y niñas, madres y padres, tíos y abuelos. Todos se apresuraron a salir de los ómnibus que los habían trasladado desde sus lugares de origen hasta el aeropuerto de Tan Son Nhut. ¿Quiénes eran ellos? ¿Por qué se iban de Vietnam? ¿Hacia dónde iban? ¿Y los que quedaron atrás? ¿Qué sucedería con ellos? Esos eran los pensamientos que se entrecruzaban en forma desordenada en mi mente mientras despegábamos de la pista. Tuvimos que ascender en estrecho círculo para evitar que los cohetes y morteros de las fuerzas invasoras nos alcanzaran. Una vez que llegamos a una altitud más segura, el piloto orientó el avión hacia el este. Después de medianoche aterrizaríamos en la base aérea Anderson, de la isla de Guam, en un vuelo de unas ocho horas de duración. Miré a mi alrededor y observé el numeroso grupo de vietnamitas dentro del avión. Yo era uno de los pocos afortunados que tenía asiento. No era un avión de pasajeros, sino uno destinado a misiones militares. No había cinturones de seguridad disponibles para la gran mayoría, y muchos se quedaron sentados en el piso. Aunque conocía a algunos, la mayoría de ellos eran totalmente extraños o semidesconocidos para mí. Algunos silbaban y prorrumpían en gritos de júbilo. Otros permanecían estoicos e inexpresivos. Algunos sollozaban, y otros lloraban sin disimulo. Para algunos, la decisión de partir había sido tomada por otros durante las últimas horas. Estaban entre los afortunados que tenían sus nombres inscriptos en un manifiesto o registro, requisito cumplido por cada uno de los que habían abordado ese avión. Había quienes eran demasiado jóvenes para saber qué estaba ocurriendo. Pero la mayoría reconocía que estaban abandonando la patria, la tierra que los vio nacer y a la que probablemente nunca más volverían. Junto conmigo venían algunos dirigentes de la Iglesia Adventista de Vietnam. El presidente de la misión, Pr. Le Cong Giao, miembros de la administración del Hospital Adventista de Saigón, dirigentes de educación de la capital y administradores de la casa editora adventista, junto con otros empleados. ¿Por qué se iban? ¿Acaso no tenían la responsabilidad de quedarse, aunque era obvio que en cuestión de horas los vietnamitas del norte iban a tomar Saigón y el país entero iba a caer bajo su control? ¿Por qué tenían que irse en un momento como ése? ¿Qué pasaría con la obra y las instituciones de la Iglesia que quedaban atrás? Esos eran algunos de los temas y las preguntas con las que tuvimos que enfrentarnos y con las que agonizamos durante los pocos días que precedieron al evento culminante de aquel viernes de tarde, el 25 de abril de 1975. Creo que esos interrogantes no serán resueltos hasta que lleguemos a la Tierra Nueva. Pero miles de miembros, muchos pastores, maestros y empleados quedaron allá atrás, en Vietnam. Tuvieron que hacerse cargo de las responsabilidades inherentes a la conducción y la promoción de la obra de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, dentro de las condiciones imperantes. Algunos perdieron sus vidas. Otros fueron forzados a internarse en campos de reeducación. No podían moverse o viajar de un área a otra sin autorización. La mayor parte de las iglesias fueron cerradas y todas las escuelas fueron clausuradas. La mayoría de las decisiones que afectaban la vida cotidiana de la gente eran tomadas por las autoridades. Durante largos años la vida se hizo extremadamente difícil. Sólo en los últimos años se ha percibido alguna liberalización de las restricciones que gobernaban la obra de la Iglesia Adventista y la Agencia de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA). Mirando hacia atrás, hay dos historias paralelas para contar sobre los 25 años pasados. Una tiene que ver con lo que ocurrió con los vietnamitas que se fueron en abril de 1975. La otra cubre la obra de la Iglesia Adventista en Vietnam y las actividades de la única organización adventista legal que el gobierno de Vietnam reconoce: ADRA. La iglesia en Vietnam El Pr. Le Cong Giao, mi esposa, Patricia, y unos pocos amigos, estuvimos recientemente en Saigón para la celebración del 25o. aniversario de la unificación de Vietnam. El centro de la ciudad de Ho Chi Minh bullía de gente. Se estaban organizando grandes preparativos. En cada esquina y sobre la mayoría de los edificios habían colocado enormes carteles anunciando o promoviendo ese evento. Era una ocasión festiva, similar a la de fin de año. Mientras mirábamos desde el balcón de nuestro hotel hacia las calles que confluían en una de las más importantes intersecciones de la ciudad de Ho Chi Minh, me sentí impresionado por el hecho de que muchos de los que se preparaban para celebrar el acontecimiento ni siquiera habían nacido en la fecha de la caída de Saigón y la reunificación de Vietnam. Poco sabían lo que su país había experimentado hacía entre 25 y 50 años. Todo ese derramamiento de sangre, las mutilaciones, y la muerte de millones, muchos de ellos civiles. La guerra cobró su precio a la Iglesia Adventista del Séptimo Día junto con otras comunidades religiosas. Eso se hizo evidente a través de todo el país, y especialmente para mí. Durante los últimos años he regresado varias veces a Vietnam. No sólo a Ho Chi Minh, en el sur, sino a Hanoi y a otras ciudades del norte. Y he tenido el privilegio de reunirme con algunos altos funcionarios de gobierno, como el ministro de relaciones exteriores y otros miembros del personal de ese ministerio y los dirigentes de otros ministerios claves, particularmente con los de las instituciones de salud. Mi primera visita a Hanoi tuvo lugar doce años después de la caída de Saigón. Encontré a los dirigentes gubernamentales dispuestos a reconstruir la infraestructura del país y proveer ayuda a la gente, las ciudades y comunidades. También los oí declarar en varias ocasiones que la libertad religiosa era una garantía constitucional. Pero pronto descubrí que lo que estaba garantizado por la constitución y lo que mostraba la realidad eran dos cosas muy diferentes. Los dirigentes adventistas no tienen libertad para desplazarse por el país atendiendo los asuntos de la iglesia como desearían. Y hay dificultades para impulsar el evangelismo. Sin embargo, la testificación ha sido hecha, hay vidas que han cambiado, ha habido crecimiento, se han oficiado bautismos y la iglesia está creciendo, aunque no tan rápidamente como en muchas otras partes del mundo. Además, está emergiendo un grupo nuevo, más joven, de dirigentes adventistas. Algunos están teniendo posibilidades de estudiar en el extranjero con fondos que han obtenido de otras fuentes, pues la Iglesia en Vietnam posee recursos financieros muy limitados. Cuándo y cómo la iglesia será capaz de restablecer sus escuelas, es todavía un interrogante sin respuesta. Tampoco sabemos cuándo nuestra casa editora volverá a estar en funcionamiento. Las publicaciones a las que nuestros miembros tienen acceso ahora, o son traídas desde el exterior o son producidas dentro del país, aprovechando la escasa tecnología de que disponen. La estación de Radio Mundial Adventista en Guam irradia transmisiones en vietnamés a toda la nación. Las transmisiones y los cursos bíblicos por correspondencia han despertado el interés por las cosas espirituales de miles de vietnamitas que buscan ansiosamente un camino mejor, una esperanza más segura y un futuro más brillante. ADRA continúa expandiendo sus servicios a través del país y varios proyectos han hecho un impacto positivo en las comunidades locales. Hay importantes iniciativas en proceso que son de alta prioridad para el trabajo de ADRA y las agencias de ayuda similares. Se construyó un buen número de pequeños hospitales a través del país y las comunidades que se han beneficiado con los servicios ofrecidos en estas instalaciones consideran con mucho respeto la contribución de ADRA. Además, esta agencia, por medio de expertos de otros países, capacita al personal médico de las instituciones de salud más grandes. Las microempresas constituyen otra actividad promovida por ADRA, la que capacita a la gente a desarrollar habilidades con el fin de hacerse cargo de pequeñas empresas comerciales, contribuyendo al bienestar económico de sus familias. Otra iniciativa de ADRA, muy apreciada por el gobierno, es la asistencia en casos de desastre, pues el país ha sido azotado por lluvias torrenciales y tifones casi cada año. Tres de los funcionarios de más alto rango del gobierno vietnamita visitaron recientemente las oficinas mundiales de ADRA para estudiar la futura expansión de nuestras actividades de desarrollo y ayuda en su nación. ADRA-Australia también ha jugado un importante papel allí, junto con las donaciones privadas provenientes de los Estados Unidos y otras naciones. Los vietnamitas en Estados Unidos Veamos ahora cuál es la situación de los vietnamitas evacuados que llegaron a Estados Unidos; en especial los evacuados adventistas. Además de los 410 que dejaron Vietnam durante aquella última semana de abril de 1975, miles más fueron llegando con el paso de los años. Algunos cruzaron las fronteras huyendo a países vecinos. Decenas de miles de todas las edades se esforzaron por abandonar Vietnam en embarcaciones, los así llamados gente de los botes. Miles de ellos perdieron sus vidas en tormentas tropicales o a manos de piratas. Sin embargo, muchos lograron finalmente encaminarse hacia los Estados Unidos u otros países. La comunidad vietnamita guió a muchos de ellos hacia pequeñas congregaciones adventistas vietnamitas diseminadas en regiones occidentales o meridionales de los Estados Unidos. Como estas congregaciones los ayudaron, muchos descubrieron que el cariño, el cuidado y el apoyo que fueron recibiendo de sus compatriotas era inspirado por el amor que provenía de un poder superior. De manera que decidieron unirse al pueblo de Dios. Cierto número de los que dejaron Vietnam en abril de 1975 en ese avión de las Fuerzas Aéreas no eran miembros de nuestra iglesia, pero trabajaban en el Hospital Adventista de Saigón. Muchos de ellos se unieron a la Iglesia Adventista. Algunos eran médicos bien preparados y otros eran profesionales en otras ramas de las ciencias de la salud. Sus talentos han sido bien usados en su país de adopción, y sus hijos tuvieron oportunidad de prepararse para ser profesionales de éxito, desempeñándose como médicos, educadores, investigadores y expertos en computación. La obra adventista ha florecido entre los vietnamitas de los Estados Unidos. Ahora hay 12 congregaciones bien establecidas, 8 de las cuales se reúnen en sus propiedades, las que fueron erigidas con sacrificio y usando fondos de sus propios recursos. Estos vietnamitas son fieles en sostener la obra de su iglesia, generosos con sus donativos y celosos en compartir su fe con otros. Si bien el crecimiento de la membresía ha sido duro y lento en Vietnam, el crecimiento que se produjo en los Estados Unidos a partir de la evacuación hace 25 años, ha sido extraordinario. Alabamos a Dios por la dedicación de los dirigentes adventistas vietnamitas en Estados Unidos. El 2 de septiembre del 2000 tuve el privilegio de participar en la dedicación de la nueva Iglesia Adventista Vietnamita en Orlando, Florida, Estados Unidos. Fue una experiencia emocionante; una ocasión en la cual recordamos que todos somos peregrinos y advenedizos en una tierra extraña. Aunque trabajamos, estudiamos y vivimos en algún país, no es ese nuestro hogar permanente. Somos transeúntes. El cielo, sólo el cielo es realmente el hogar al que todos anhelamos ir. Ralph S. Watts es director de la Agencia de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA) y autor de Saigon, the Final Days. Su dirección: 12501 Old Columbia Pike; Silver Spring; Maryland 20904; E.U.A. Los lectores interesados en la obra de ADRA pueden tomar contacto con sus oficinas internacionales, cuya dirección postal es la misma que la del autor del artículo. E-mail: 74617.2161@compuserve.com y www.adra.org Fax: 301-680-6750. |
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