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¡Al fin libre!

La noche estaba fría. Una suave brisa me recordaba que el otoño pronto iba a terminar. Había vivido en esa casa desde que había nacido, hacía17 años. Le conocía cada rincón y ángulo. Mi cama me era familiar. Nada interesante, nada nuevo, pero esa noche habría de cambiar mi vida para siempre. Por algunas semanas ya, una emoción de gozo especial me había estado acompañando dondequiera fuera. Ese sentimiento se debía a mi reciente encuentro con Jesús y la esperanza adventista. Como recién bautizado, disfrutaba cada momento de mi nueva experiencia de fe. Los estudios bíblicos, la oración, las lecturas devocionales y una vida nueva en el Espíritu me habían brindado una paz mental que no había experimentado nunca antes.

Pero esa noche de 1961 iba a ser muy diferente. Acababa de terminar la lectura sobre los peligros del espiritismo en tiempos modernos (God Speaks to Modern Man),en aquellos años un libro adventista muy popular. Me fui a acostar con emociones encontradas: con fe en un Dios que ama y vela por sus hijos y temor por vivir en un mundo donde Satanás lleva adelante una batalla real contra los que aman a Dios. Acostado ya, las historias de mi abuela que había fallecido ocho años antes de que yo naciese cruzaron mi mente. Eran relatos que mi madre me había contado. Mi abuela, según me habían explicado, tenía facultades extraordinarias. Ella podía hablar con los muertos y adivinar la suerte o la desgracia de muchos; poseía poderes extrasensoriales y era dirigente de un grupo espiritista.

De niño, presté poca atención a todas esas historias. Pero ahora, gozando de mi nueva relación con Jesús y entendiendo cuál es la batalla que Satanás libra en el mundo, estaba turbado. La conciencia de que estaba viviendo en la misma casa donde había vivido mi abuela, una médium espiritista declarada, me hacía correr un frío por la espalda. ¿Podrían los espíritus del mal frustrar mi gozo recientemente descubierto? Oré, apagué la luz, y me puse a dormir. No por mucho rato. En medio de la noche me desperté sobresaltado, bañado por un sudor helado. Oía unos ruidos extraños. Sentía como que alguien intentaba agredirme físicamente. No me podía mover o hablar. ¿Era un sueño? ¿Quizá una pesadilla? No. La sensación física de estar semiconsciente era real. Mi mente estaba alerta y yo sabía que debía confiar no en mis fuerzas, sino en el poder del Espíritu Santo. Con toda la fuerza interior que pude reunir, repetía mentalmente algunas de las grandes promesas de las Escrituras y llamaba a mi Dios para que acudiera en mi ayuda y me liberara de ese ataque. Repentinamente, éste cesó y experimenté paz, sabiendo que Dios me había protegido.

La batalla de aquella noche me permitió integrar varias piezas del rompecabezas dentro de mí y comencé a ver la realidad de la guerra entre Cristo y Satanás. Mientras yo no sabía nada del Señor y su fe salvadora, ningún espíritu maligno me molestaba. No le prestaba mayor atención a esas historias sobre mi abuela o aún la participación de mi madre en el mundo de los espíritus. Mi madre también había practicado el ocultismo y contaba que había visto “fantasmas” y “espíritus”. Ella decía que estudiaba la “ciencia divina” y hacía premoniciones sobre la muerte de cierta gente que ella conocía en nuestro pequeño pueblo. Y con frecuencia acertaba. Aseguraba que un curandero espiritista la había curado de úlceras y cálculos biliares. Mi hermana, diez años mayor que yo, creía que había sido curada de tétanos en su infancia por un médium espiritista.

Yo había ignorado todo eso considerándolo supersticioso. Al ir entrando en mis años de adolescente, yo deseaba comprender la verdad sobre Dios, revelada en la Biblia. Quería conocer a Dios personalmente. Conocía muchas historias bíblicas que había aprendido cuando era niño en la iglesia metodista de mi pueblo, al norte del Estado de Illinois. Pero no conocía a Dios. Un día, mirando al predicador Billy Graham por televisión cuando explicaba lo que significa ir a Cristo, confesé mis pecados e hice un pacto con Dios, pero todavía no sabía qué significaba vivir una vida cristiana. Tenía muchas preguntas sobre Dios, Jesús, la salvación y la vida.

Por medio de un cúmulo de circunstancias inusuales, me inscribí en el curso bíblico por correspondencia La Voz de la Esperanza. Tenía 15 años entonces y pronto comencé a estudiar la Biblia con un pastor adventista local, el Pr. Gordon Shumate. El aclaró mis dudas sobre la Trinidad, la divinidad de Cristo, la segunda venida, y la salvación por la gracia. En el otoño de 1961, durante el último año de mi escuela secundaria, me bauticé como creyente adventista.

El asalto satánico continuó cuando era un cristiano maduro.

Los años de mediados de la década del 60 fueron parte de una era inusual en los Estados Unidos. El misticismo oriental y las prácticas ocultistas habían invadido la vida intelectual, social y espiritual como nunca antes. Miles de jóvenes comenzaron a experimentar con drogas y prácticas “cultistas”, rechazando los valores cristianos. La meditación trascendental se puso de moda entre los jóvenes. Mi hermana sufrió la influencia de este movimiento cultural radical a través de lo que parecía un simple entretenimiento, la ouija board (tabla de escritura espiritista). Por medio de ella, mi hermana se comunicaba con nuestros “familiares” muertos. Esta tabla tenía el alfabeto inglés y los números cero al nueve, con las palabras “sí”, “no”, y “adiós” impresas en grandes letras negras distribuidas sobre su superficie. Incluia un señalador con suaves puntas de felpa, el que se movía impulsado por los espíritus hacia las letras y los números para deletrear los mensajes.

Durante la Navidad de 1967, fui a visitar a mi hermana. En cuanto llegué a su casa, ella quiso que viese cómo funcionaba la tabla adivinadora. Le dije que estaría dispuesto siempre que pudiese formular la primera pregunta. Mientras mi hermana y su hija comenzaron a jugar con la tabla, nuestros familiares desaparecidos comenzaron a “hablar” a través de ella. Inmediatamente le pedí a los espíritus que se detuvieran y expresé: “En el nombre de Jesucristo ¿quién eres tú?” E instantáneamente y en forma clara apareció escrito “Lucifer”. Pregunté cuántos ángeles habían caído y me respondió que fueron una tercera parte. Formulé otras preguntas para exponer su verdadera identidad a mi hermana. Y sus respuestas coincidieron con el retrato bíblico de Satanás y los demonios.

Los espíritus que actuaban en la tabla se enfadaron mucho conmigo. Amenazaron mi vida. Las puntas del señalador sobre el cual estaban los dedos de mi hermana y mi sobrina se salieron de la tabla y comenzaron a golpearme en el estómago con fuerza. Pedí a los espíritus que repitieran Juan 8:12, donde Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo…” pero inexorablemente se rehusaron. Puse una Biblia sobre la tabla. Rápidamente la empujaron fuera de la tabla y comencé a transpirar profusamente. Creí que al desenmascarar a los demonios ante mi hermana ella se iba a interesar en el estudio de la Biblia. Todo lo contrario, ella dijo que yo había estado proyectando mis pensamientos sobre la tabla.

Pensando en perspectiva, hubiera sido mucho mejor no haber intentado hacer un experimento como ése. Pero el Señor me protegió de las consecuencias de aquel juicio inmaduro.

La experiencia de aquella terrible noche de 1961 se repitió frecuentemente cuando ingresé en la universidad. Dos o tres veces por semana debía librar esas batallas en medio de la noche, tan feroces que me dejaban débil. Incluso en los primeros años de matrimonio con mi esposa, Nancy, la lucha continuaba. Tenía miedo de ir dormir. A menudo dejaba las luces encendidas por temor a que los espíritus regresasen.

Finalmente, el alivio llegó en 1975, cuando encontré un nuevo libro sobre la lucha espiritual, The Adversary, de Mark Bubeck. El libro ofrecía tanto guía bíblica como espiritual. Había sido escrito por aquellos que habían participado en el ocultismo o habían crecido en hogares que ejercían prácticas espiritistas y cayeron bajo la opresión demoníaca. El libro sugería entablar una “batalla espiritual en oración” reclamando la total autoridad de Jesús. He aquí un ejemplo de una de esas oraciones:

“Querido Señor y Padre Celestial, yo entro por la fe dentro del poder total y la autoridad de la resurrección de mi Señor. Deseo caminar en la novedad de vida que me pertenece por la resurrección de mi Señor…Ofrezco la verdad poderosa de la victoria de mi Señor sobre el sepulcro contra todas las obras de Satanás, contra su voluntad y sus planes para mi vida. El enemigo es derrotado en mi vida porque me uno con el Señor Jesucristo en la victoria de su resurrección”.

Nancy y yo comenzamos a elevar plegarias como ésta, saturadas de pasajes bíblicos. No estábamos repitiendo sólo palabras, pues intencionalmente y en oración experimentábamos el poder de nuestro Señor resucitado. El es nuestra victoria, y nosotros reclamábamos esa victoria como propia. Como resultado, comencé a sentir una nueva sensación de libertad. Llegué a no experimentar temor por lo que el enemigo pudiese hacerme. Ahora puedo ir a los hoteles solo cuando lo necesito y disfrutar de un sueño normal sin sufrir ningún ataque y sin dejar las luces encendidas. Esto no significa que la guerra haya terminado. El soldado cristiano debe mantener su corazón y su mente constantemente en guardia y estar alerta para enfrentar las estrategias cambiantes de nuestro común enemigo, el diablo.

Mi victoria se mantiene completa por la presencia del Salvador en mí. Yo he salido fuera del mundo del ocultismo por el amor de mi Señor. Durante los últimos 27 años, en paz y gratitud, he podido servir a mi Señor como pastor en instituciones educativas, compartiendo mi esperanza con cientos de jóvenes.

¿Qué he aprendido de mis luchas? ¿Hay algo que tú puedes aprender de mi experiencia? Sí, varias cosas:

1. Recuerda que la lucha con Satanás es real. Satanás está en guerra con los santos de Dios. Cuanto más cerca estás de Dios, tanto más él desea ganarte para su lado. La batalla espiritual es real y necesitamos estar alerta (Efesios 6:12-14).

2. No te tientes a participar en ninguna de las actividades espiritistas satánicas, ni siquiera por diversión. Ya sea la tabla adivinadora, la música psicodélica o la meditación mística, mantente lo más lejos que puedas de todas esas manifestaciones. Los instrumentos del ocultismo son peligrosos (Isaías 8:19).

3. Dedícate plenamente a tu experiencia cristiana. Haz que tu cristianismo sea real. Conoce tu Biblia. Ora. Reclama la victoria de Cristo en todo lo que hagas o emprendas y permite que el Señor sea tu compañía constante. Ponte la armadura de guerra que el apóstol Pablo describe en Efesios 6:12-14. Sin identificarnos con la victoria de Cristo, no tenemos esperanza de victoria.

Joe Jerus es pastor ordenado de la Iglesia Adventista y ha servido en el ministerio pastoral de universitarios en instituciones públicas alrededor de treinta años. Su e-mail: joeynancy@msn.com


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