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La voz de la tristeza

En su interior, Nina se siente engañada. No sabe bien quién es. El mundo exterior le parece oscuro, solitario y opresivo. Dice de sí misma: “En esos momentos, ya no existe la empatía, el intelecto, la imaginación, la compasión, la humanidad o la esperanza. Resulta imposible salir de la cama; es muy difícil controlar la capacidad de planear y ejecutar los pasos requeridos y las fuerzas físicas son insuficientes…La depresión te transforma, te impide ver lo que podrías llegar a ser y reemplaza tu vida con un agujero negro”.1 Por cada Nina, existen otros cientos de personas hundidas en el mundo de la depresión. Y la depresión puede ser devastadora. Lo sé. Me ha pasado.

Muchas veces nos apresuramos a curarla. Vivimos en una sociedad instantánea donde abundan las píldoras y las soluciones quirúrgicas que no toleran el dolor ni desean aprender de él. Pero antes de ocuparnos de la depresión, desearía destacar dos factores. En primer lugar, debemos distinguir con claridad entre depresión crónica y situacional. La primera es la tendencia natural a sentirse negativos; la segunda está conectada a una situación específica: cuando se resuelve el problema, la depresión desaparece. Este artículo se ocupa de la primera. En segundo lugar, estoy de acuerdo con el uso simultáneo de medicamentos y otras formas de terapia. Pero también estoy a favor de la utilización de herramientas espirituales.

La depresión en cifras

Se calcula que en la sociedad norteamericana es probable que uno de cada cuatro individuos experimente al menos un incidente de depresión durante su vida. De este grupo, sólo un cuarto recibirá un diagnóstico apropiado y, de éste, un cuarto recibirá el tratamiento apropiado. El riesgo de depresión en las personas nacidas en los últimos 30 años es 10 veces mayor que el de los nacidos hace 70 años.2

La severidad de esta enfermedad se refleja en su persistencia. En un estudio, los psicólogos Gayle Belsher y Charles Costello muestran que aproximadamente 50 por ciento de los tratados sufren una recaída dentro de los dos años de tratamiento exitoso.3 Ian Gotlib y Constance Hammen afirman que sólo recientemente se ha podido entender que para muchos depresivos la enfermedad es recurrente, si no crónica.4

Algunos estudios también muestran que los pacientes tratados, si bien mejoran hacia el fin de la terapia, suelen continuar con niveles de depresión por encima del de los sujetos utilizados como control. El nivel funcional de las personas depresivas en tratamiento se halló dentro de una desviación estándar más baja que el de la población en general, mientras que los que no recibieron tratamiento alguno funcionaban en dos desviaciones por debajo de la norma.5 Aun después del tratamiento, muchos continuaron sintiendo síntomas depresivos en forma menos intensa. Para ellos, será una lucha continua. Esto posee implicaciones importantes para el desarrollo espiritual, ya que promueve sentimientos positivos, a diferencia del perjudicial negativismo que destruye el significado. Si pensamos que la función de la teología es la búsqueda de significado, la falta del mismo ataca su misma razón de ser.

El problema de la depresión

Una de las características más dañinas de la depresión crónica es el hecho de que los individuos quedan atrapados en un círculo de negativismo. Karp afirma: “La depresión es un caso único, ya que los ataques más críticos al yo provienen del interior… Al atravesar una situación depresiva, los individuos sienten un odio hacia sí mismos mucho más intenso que el que otros podrían expresarles”.6 Estos “ataques críticos al yo” surgen simultáneamente con el deseo de enmendarse. El proceso comienza con la fijación de objetivos y el esfuerzo por alcanzarlos. Lo que los depresivos no notan es que el negativismo niega.7 Tratan de enmendarse a la vez que se acusan. Cuanto más se esfuerzan, más se alejan de su ideal. Están atrapados en el ciclo de la depresión. En mi experiencia en un centro de orientación psiquiátrica, y al trabajar con miembros de iglesia, he observado este ciclo entre los depresivos. Intentan una y otra vez hasta que se cansan de luchar. Es un ciclo del cual parecen no poder escapar. Están realmente cansados de sí mismos, y ya no quieren seguir. Los depresivos luchan contra algo irracional donde la racionalidad no controla sus emociones. “Cuando el pensamiento se altera y las emociones se agitan, el círculo desciende vertiginosamente. La gente en este estado a menudo dice: ‘Sé que esto es irracional, pero no puedo controlarlo’. Se ven atrapados en un círculo que parece no tener fin, y siguen intentando salir aun cuando experimentan la fatiga extrema. Su deseo es: ‘Por favor, detengan este descenso y déjenme descansar un poco’. Sin embargo, no pueden evitar seguir en ese océano irracional, con la esperanza de que acaso un esfuerzo más los libere del círculo vicioso. Pero ese deseo se transforma en un dolor más profundo. El yugo se vuelve más pesado. La espiral desciende con mayor ímpetu”.8

El mecanismo del negativismo

¿Cuál es la causa de este ciclo de culpa y desesperación? Hacia fines de los años 70, Tom Pyszczynski y Jeff Greenberg hallaron una relación entre depresión y autoconciencia. Esto se tradujo en numerosos estudios y experimentos que mostraron que las personas depresivas se centran e incluso llegan a estar absortas en sí mismas. Esto es más común después de un fracaso que de un éxito. Pyszczynski y Greenberg se preguntaron: ¿Por qué estos individuos están tan centrados en sí mismos, en especial después de un fracaso? Y afirman: “En esencia, vemos la depresión como la consecuencia de esfuerzos reiterados de recuperar un objeto perdido cuando esto es imposible. Esta perseverancia se da cuando el individuo pierde la base primaria de su valía y no tiene suficientes alternativas de dónde derivar la misma. La perseverancia autorreguladora resultante conlleva un alto nivel crónico de autoenfoque que produce una espiral ascendente de afectos negativos, culpabilidad, menosprecio y déficit emocional, que finalmente se traducen en un modelo negativo de autoimagen y autoenfoque depresivos que perpetúa el estado de la depresión”.9

Una investigación similar de Paula Ray Pietromonaco reveló que la estructura propia de los depresivos tiende a ser conceptualmente menos compleja y está más organizada alrededor de los afectos que en términos de otros aspectos del yo.10 Esto resulta significativo ya que la estructura conformada en torno a los afectos negativos que al mismo tiempo descarta otros aspectos del yo sólo lleva a una intensificación de las experiencias negativas. “El esquema depresivo intensifica los afectos negativos del yo, que, a su vez, traslada toda la atención hacia uno mismo. El mayor grado de autoconciencia lleva a una autoevaluación que motiva al individuo a intentar reducir la discrepancia. Es allí donde se da la negación, y entonces el ciclo se perpetúa”.11

Todo intento de autocorrección se ve acompañado de este esquema. Uno se concentra tan sólo en sus fracasos. La mente recuerda lo negativo a la vez que atribuye los resultados positivos a factores externos. Cuanto más grande es la brecha, más consciente es uno de sus fracasos. “Los afectos negativos, la culpa, la autoevaluación y la interrupción de conductas exitosas y competentes en otros ámbitos empuja el autoconcepto que acaba de ser desestabilizado hacia el negativismo”.12 Los afectos negativos intensificados, a su vez, nos llevan a ser más conscientes de la discrepancia, lo que se traduce en nuevos intentos, de manera que el ciclo continúa. El autoengaño depresivo niega todo intento de cerrar esa brecha. Cuanto más uno lo intenta, peor se siente respecto de uno mismo. ¿Cómo se puede abandonar este círculo destructivo? Creo que el cristianismo ofrece una herramienta que puede ser utilizada al enfrentar el poder negativo de la depresión.

Cómo salir: una reflexión teológica

Las causas de la depresión pueden ser variadas. Podemos nacer con esa tendencia o pasar por situaciones traumáticas que nos hunden en la desesperación. No importa cómo se desarrolle, cuando los individuos son expuestos a un estrés prolongado y no reciben el tratamiento apropiado, enfrentan la posibilidad de deprimirse.

Los afectos negativos también producen una falta de valoración: “No soy lo suficientemente bueno. Soy indigno”. En las relaciones sociales esto se ve en la falta de pertenencia, en la necesidad de ganarse el derecho de formar parte del grupo. Los depresivos, por lo tanto, tienden a confundir la timidez, que depende de factores químicos, con las relaciones y la aceptación social.

En mi lucha con la depresión, traté de huir de mí mismo. La incomodidad que sentía y los afectos negativos constantes que filtraban mi interpretación y evaluación del mundo me impulsaron a dejarme llevar en la búsqueda de otro yo que creí me daría una mayor sensación de comodidad. La incomodidad hizo que intentara ser otro que el que realmente era. Esto se tornó en una búsqueda que me produjo angustia espiritual. Aprendí que mi lado oscuro me seguía como una sombra. La única forma de esconderme era permanecer en la oscuridad. Los depresivos siguen avanzando hacia el “debería”, sin notar que el mecanismo de negativismo los aleja cada vez más. “Cuanto mayor es la lucha, más férreo es el control”. La depresión es síntoma de un yo disminuido. El “escapar de” es disminuir aun más ese yo. Este es a menudo el caso de individuos con depresión crónica.

Este “huir de” está teológicamente errado. Por el contrario, el depresivo debería correr hacia la cruz de Cristo. No hay mejor lugar para descansar que al pie de la cruz, que nos invita a venir como estamos. El luchar por el “debería” nos lleva a minimizar el poder que tiene la cruz, sugiriendo que la redención no es completa y que tenemos que ayudar a Dios para que nos salve. Sin embargo, la Biblia es clara en este punto. No podemos huir de nosotros. Por medio de la cruz, Dios les dice a los depresivos: “Quédate, quédate aquí. No tienes que ir a ningún lado. Yo vengo a ti”. Nuestro descanso no se encuentra en tratar de ser lo que creemos que deberíamos ser. La gracia se nos acerca y nos da descanso.

Para salir de la depresión, necesitamos aprender a estar presentes, permanecer y sentarnos en la oscuridad de la desesperación para escuchar. Dios nos ha dado a cada uno un proceso curativo interno que utiliza el dolor como parte natural del desarrollo humano. Este proceso no significa necesariamente “curar la depresión” o “librarse de sus síntomas”, sino que implica un llamado al descanso y a permitir que esta fuerza interior cumpla su cometido. Mientras escuchamos, nuestra comprensión de quiénes somos se profundizará y esto favorecerá el proceso de autodiferenciación. En este mundo de luchas, la gracia divina nos invita a escuchar para que hallemos un lugar de descanso.

Finalmente, dos sugerencias prácticas. Primero, cuando debas luchar diariamente contra el negativismo, no trates de solucionarlo. Los depresivos siempre quieren hallar una solución, pero al no luchar tanto, puedes reducir el poder que tiene de controlar tu vida.

Segundo, permanece en la presencia de Dios. Los depresivos necesitan aprender a verse como realmente son, no a través de los lentes negativos de la depresión. Se nos invita a descansar en Dios. No siempre nos sentimos bien, pero allí siempre podemos sentirnos en casa. Es importante aprender que podemos permanecer en la presencia divina aun en medio de sentimientos y pensamientos negativos.

Oriundo de Tailandia, Siroj Sorajjakool (Ph.D., Claremont School of Theology) es profesor de religión en la Universidad de Loma Linda. Su dirección postal es: School of Religion; Loma Linda, California 92350; EE.UU. E-mail: ssorajjakool@rel.llu.edu

Notas y referencias

1.   David Karp: Speaking of Sadness: Depression, Disconnection, and the Meanings of Illness (New York: Oxford University Press, 1996), p. 24.

2.   Martin E. P. Seligman: “Why is There So Much Depression Today? The Waxing of the Individual and the Waning of the Common”, Contemporary Psychological Approaches to Depression: Theory, Research, and Treatment, editado por Rick E. Ingram (New York: Plenum Press, 1990), p. 5.

3.   Gayle Belsher y Charles G. Costello: “Relapse After Recovery from Unipolar Depression: A Critical Review”, Psychological Bulletin 104 (1988)1:84-96; ver también Gerald L. Klerman y Myrna M. Weissman: “Course, Morbidity, and Costs of Depression”, Archives of General Psychiatry 49 (1992): 831-834.

4.   Ian H. Gotlib y Constance L. Hammen: Psychological Aspects of Depression: Toward a Cognitive-Interpersonal Integration (New York: John Wiley and Sons, 1992), p. 1.

5.   Leslie A. Robinson, Jeffrey S. Berman y Robert A. Neimeyer: “Psychotherapy for the Treatment of Depression: A Comprehensive Review of Controlled Outcome Research”, Psychological Bulletin 108 (1990)1:40.

6.   Karp: p. 47.

7.   Aaron T. Beck: Depression: Causes and Treatments (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1972), pp. 17-23.

8.   Siroj Sorajjakool: “Wu Wei (Non-Trying) in Pastoral Care of Persons with Depression: Coping with Negativity”, Ph.D. Dissertation, Claremont School of Theology, 1999, p. 5.

9.   Tom Pyszczynski y Jeff Greenberg: Hanging On and Letting Go: Understanding the Onset, Progression, and Remission of Depression (New York: Springer-Verlag, 1992), pp. 8, 9.

10. Paula Ray Pietromonaco: “The Nature of the Self-Structure in Depression”, Ph.D. Dissertation, University of Michigan, 1983, resumen en Dissertation Abstracts International 44 (1983) 10B:3243.

11. Sorajjakool: p. 111.

12. Pyszczynski y Greenberg: p. 107.


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