¿El enjuiciamiento de Dios?

Por fin ha llegado el tiempo. Es el evento más importante que jamás haya tomado lugar en la historia del universo, y tú estás allí.

El local es como un anfiteatro griego, sólo que inmensurablemente más grande, y en forma de semicírculo con gradas para que todos puedan ver. La acústica es magnífica.

De repente alguien sube a la plataforma. Un hombre distinguido trata de acallar a la multitud. Napoleón1, el famoso general y antiguo emperador de Francia da varios pasos hacia el frente.

—Nos hallamos aquí con motivo de un evento muy importante. Este no es el juicio del año o de la década, ni siquiera del milenio. Este es el juicio de todas las edades: el juicio de Dios. Sí, Dios va a ser juzgado. Queremos saber si merece ser Dios. Examinaremos sus acciones para determinar si ha actuado sabiamente o no, si ha preservado la libertad y la paz, si ha actuado con amor y justicia.

Nuestra primera tarea será determinar qué es la verdad, con el fin de establecer una base para juzgar a Dios. Extrapolaremos los principios de la verdad de nuestro estudio de la naturaleza, la historia y las relaciones interpersonales, que son los principios bajo los cuales el universo opera. Entonces llegará el momento de la verdad acerca de Dios. Si él se ha guiado por estos principios universales, entonces podremos hacer un juicio racional en su favor, y el universo puede adorarle con seguridad.

“El tribunal, bueno, son ustedes. Ustedes decidirán. El fiscal, son ustedes también. Y el juez, bueno, también eso está en sus manos. Y ahora, damas y caballeros –-oh, y las huestes angelicales, ustedes también están invitadas–-. Como decía, debemos tomar todas las medidas para asegurarnos de que somos justos con Dios, de que tenemos una base clara sobre la cual juzgar a Dios. ¿Les parece que esto es justo?”

La multitud, poniéndose de pie, contesta con entusiastas aplausos. Napoleón hace una reverencia y señala a la multitud que se calme.

—Bueno, entonces —continúa Napoleón —, sugiero que, en el estilo de la mejor democracia, escojamos un presidente, quiero decir, alguien que nos dirija, que nos guíe a través de este proceso. Yo recomiendo que nominemos a un general para que ocupe este cargo. Los generales saben cómo persuadir y organizar a la gente, y pueden poner orden en el caos. Yo quiero sugerir para la nominación a Alejandro el Grande, ese gran general griego que consolidó un imperio aún más grande que el mío.

Nerón, emperador de Roma, inmediatamente se pone de pie, exclamando:

—¿Por qué escoges a Alejandro? Yo fui el emperador del gran Imperio Romano que conquistó a Grecia. Yo me propongo a mí mismo. ¡Muchas gracias!

Napoleón da un paso al frente:

—No habrá autonominaciones. Usted debe ser más humilde. Si no fuera así, yo me habría nominado a mí mismo.

—Alejandro seguramente fue un gran hombre, pero tiene demasiados enemigos —protestó una voz—. Difícilmente podría lograr un consenso. De hecho, esto sería un problema con el liderazgo de cualquier general. Sigamos con otro candidato.

La multitud está de acuerdo. Napoleón se siente un poco desconcertado al ver que con tanta rapidez habían eliminado a su candidato; pero rápidamente se sobrepone y pregunta:

—Muy bien, ¿alguna otra sugerencia?

Inmediatamente George Bernard Shaw se pone de pie.

—Necesitamos un dramaturgo, alguien que comprenda la naturaleza humana y el juego de la vida, que sepa cómo interpretarla para poder captar las cosas más fácilmente. ¡Propongo a Shakespeare! Súbitamente parece que la gente por todos lados se pone de pie para nominar a alguien: poetas, músicos, artistas…

Se oye otra voz de la parte trasera:

—Debiéramos considerar a alguien que realmente sea capaz de captar el espíritu humano. Alguien que sepa captar la imaginación y el corazón. Alguien que pueda mover a la acción. El músico...

Finalmente, el caballero Francis Bacon, el famoso científico y estadista alemán, logra la atención de la muchedumbre.

—Me sorprende lo lejos que nos ha llevado la revolución científica. El fundamento del descubrimiento y el conocimiento, ha hecho milagros de sanidad, provisto comunicación y transportación a las masas, descubierto vastas fuentes de energía, y nos ha permitido explorar las profundidades de los mares y las extensiones del espacio. Necesitamos a un científico que tenga la habilidad de sintetizar todo el vasto conocimiento científico. Esto nos dará el mejor fundamento para para nuestro veredicto de Dios. Yo propongo a Darwin.

Platón, el filósofo, lentamente se pone de de pie, atrayendo la atención de la asamblea. Entonces dice:

—Desde mi resurrección me he asombrado por los últimos logros de la ciencia. Yo entiendo también la necesidad de captar el espíritu humano y apoyo el esfuerzo por encontrar un principio organizador para el conocimiento. Pero el integrar todas las ciencias humanas es el quehacer de la filosofía y no de la ciencia. Yo propongo a Sócrates, el padre de la filosofía y el pensamiento humano. Seguramente él es el guía más capacitado para arribar a un veredicto justo; uno con el cual todos podamos, estar de acuerdo.

Mientras Aristóteles apoya la propuesta, uno puede notar el alivio de todos al haber encontrado a la persona adecuada.

Sócrates acepta la responsabilidad y se sienta. Pensativo, comenta:

—La tarea que se nos ha asignado es la más importante que jamás haya sido emprendida. Debemos ser justos y concienzudos. Para llevarla a cabo, tenemos que estudiar las acciones de Dios a través de todas las edades con el fin de asegurarnos de que él ha sido justo y honesto, y siempre ha actuado con amor, con justicia y con verdad. Le tomaría a esta asamblea una eternidad llevar a cabo dicho estudio. Por lo cual yo sugiero que nos separemos en subcomités representativos de las diferentes eras, de los locales geográficos y de las especialidades eruditas, para que podamos mirar las cosas cuidadosamente desde todos los puntos de vista.

La naturaleza del conocimiento

—Sin embargo —continúa Sócrates—, antes de separarnos en subcomités, creo que es importante que nos pongamos de acuerdo en cuanto a varias preguntas. ¿Qué es conocimiento? ¿Qué es verdad, amor y justicia? Y entonces debemos decidir qué principios nos guiarán en la determinación de si Dios ha actuado en armonía con cada uno de esos principios o no.

Platón2 vuelve a ponerse de pie.

—He pensado mucho acerca de este asunto del conocimiento. Es evidente que el conocimiento proviene de la captación de los arquetipos eternos. Esto es lo que nos permite integrar al conocimiento lo que observamos con los sentidos.

Un poco molesto con esta sugerencia, Sócrates responde:

—Recuerdo con afecto nuestros días de maestro-estudiante, Platón. Ciertamente tú te acuerdas que determinamos que el conocimiento es primero que nada, innato, que nacemos con él, y que sólo tenemos que descubrirlo mediante el diálogo.

Ante este pugilismo intelectual, Aristóteles presenta su refutación y sugerencia alterna:

—Como mis predecesores y maestros, los tengo en alta estima a ustedes dos. Sin embargo, respetuosamente, tengo que estar en desacuerdo. El conocimiento es un poco más concreto que lo que ustedes sugieren.

—Ustedes, los griegos —protesta Kant—, presuponen que el conocimiento es una realidad definitiva y estable que está disponible a mi mente y a la cual yo llamo conocimiento. Pero en realidad, no puedo saber, con seguridad, nada fuera de mí mismo, ya que mi mente podría distorsionar lo que veo como realidad fuera de mí. No es posible salirme de mí mismo para determinar que hay congruencia entre lo que creo ver y lo que realmente está allí. Si queremos juzgar a Dios, debemos mirar hacia el interior, a nuestra naturaleza moral; eso nos dará los principios apropiados para llegar a nuestro veredicto acerca de Dios.

En ese momento, Alfred North Whitehead, poniéndose de pie, declara:

—Toda esta discusión acerca del conocimiento me deja un tanto perplejo. Pareciera que cada uno de ustedes presupone que existe alguna estructura eterna definida, dentro o fuera de nosotros, que podemos conocer. Pero el problema es que la realidad en sí no es estática. Es un proceso en evolución. Si queremos llegar a un veredicto acerca de Dios, debemos decidir de qué época extraeremos los principios por los cuales lo juzgaremos. Difícilmente podemos esperar que él esté ajeno al contexto del cual evoluciona en un momento dado. De manera que no sería justo usar los principios del siglo XXI como base para juzgar lo que Dios hizo hace miles de años, porque la realidad era bastante primitiva en ese entonces. Por otra parte, podría ser que nosotros entendamos los principios que guían esa evolución, esto es, si ellos mismos no se hallaran en el proceso de cambio, y podamos usarlos como criterio para juzgar a Dios.

Pilato apenas puede contenerse.

—Hace tres mil años hice la pregunta: “¿Qué es la verdad?” Ahora, finalmente, estamos teniendo una buena discusión. Pero no pareciera que hayamos avanzado demasiado. Por favor, ¿puede alguien ayudarme? ¿Qué es la verdad?

Lucifer sube a la plataforma.

—Todos ustedes están procediendo maravillosamente bien. Estoy muy orgulloso de mí mismo por lo bien que los he entrenado a pensar de forma crítica. Y como ustedes lo han demostrado claramente, las cosas no están muy bien definidas, después de todo. Aún no hemos podido llegar a un acuerdo entre nosotros en cuanto a la naturaleza de la verdad, el amor o la justicia. Pero eso es tan sólo natural. Está bien, porque en realidad la verdad es relativa. No hay una norma única de la verdad en el universo sobre la cual podamos estar todos de acuerdo con algún grado de certeza. Cada uno de nosotros percibe la verdad individualmente, y por lo tanto ¡somos responsables sólo ante nosotros mismos, y no ante otra autoridad o persona! Debemos enfatizar nuestra independencia de Dios. Si no fuera por dicha independencia, no podríamos juzgarlo.

“Pobres los que a través de las edades pensaron que tenían que vivir por lo que llamaban la Palabra de Dios. Vaya, yo me encontré con uno de ellos allá en el desierto de Judea hace unos 3.000 años, y miren lo que le pasó: padeció una muerte cruel y humillante; fue crucificado. Eso fue lo que ganó por ser tan estricto.

“Bueno, estoy encantado, absolutamente encantado. Hemos reunido los intelectos más distinguidos que el mundo haya producido. Casi no puedo esperar que se pronuncie el veredicto. ¡Pobre Dios!, me pregunto cómo saldrá de este juicio. Ascendamos al cielo, exaltémonos por encima de las estrellas de Dios. ¡Nosotros mismos podemos ser diseñadores de dioses, ¿no es cierto? Bueno, mi intención no era retardar el proceso. Es que apenas me puedo contener por la excelencia de sabiduría, conocimiento y juicio que se manifiestan aquí. Pero, por favor, continúen con el juicio para que podamos…”

Palabras sin conocimiento

De repente, Lucifer es interrumpido. Una voz como el ruido de un trueno resuena por el anfiteatro, pero es a la vez cristalina, precisa:

—“¿Quién es ése que oscurece el consejo, con palabras sin sabiduría? Cíñete ahora como varón. Te preguntaré, y tú responderás. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿Quién extendió sobre ella cordel de medir? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿Quién puso su piedra angular, cuando todas las estrellas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios?” (Job 38:2-7).

“¿Quién guió al Espíritu del Eterno, o le aconsejó, y enseñó? ¿A quién demandó consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino de la justicia, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?” (Isaías 40:13-15).

“Su entendimiento es insondable... Callad ante mí, Lucifer... Acérquense, y hablen. Reunámonos juntos a juicio. ¿Quién despertó a uno del oriente, me llamó para que lo siguiera, entregó naciones a mí, y me hizo enseñorear sobre reyes?... Yo, el Eterno, con el primero de ellos, y yo mismo con el último... Porque todos los ídolos son vanidad, y sus obras son nada. Viento y vanidad son sus imágenes” [ver Isaías 40:28; 41:1, 2, 4, 29]. Sus ‘dioses a la medida’ son exactamente eso: dioses que ustedes han hecho y controlan.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —dice el Eterno—. Como es más alto el cielo que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9).

Lucifer se queda mudo, y se hace un largo silencio. Entonces una voz magnífica quiebra el silencio, trayendo consuelo a aquellos que han servido a Dios durante las edades:

—”No temas, que yo estoy contigo. No desmayes, que yo soy tu Dios que te fortalezco. Siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). “Todos los que se aíran contra ti, serán avergonzados y confundidos. Los que contienden contigo serán reducidos a la nada y perecerán. Los que contienden contigo serán como nada, los buscarás, y no podrás hallarlos. Los que te hacen guerra dejarán de existir. Porque yo, el Eterno, soy tu Dios, que te sostiene de tu mano derecha, y te dice: ‘No temas. Yo te ayudo’” (vers. 11-13).

La asamblea, atónita, enmudece. Como él lo ha hecho muchas veces en el pasado, Dios revela su amor, equidad y justicia. ¿Quién es la criatura que se atreve a poner a Dios en juicio? Justos y verdaderos son sus caminos. Santo es su nombre.

Edward Zinke es un empresario y un teólogo. Este artículo fue adaptado del libro La certeza del segundo advenimiento, que escribió con Rowland H. Hegstad. Su e-mail: ezinke@aol.com

Notas y referencias:

1.   La intención de esta sección no es juzgar a los personajes históricos mencionados. Sólo Dios puede hacerlo.

2.   Esta sección no tiene la intención de describir en detalle o con precisión los variados conceptos acerca del conocimiento. Sin embargo, los ejemplos escogidos ilustran la diversidad de puntos de vista en cuanto a la naturaleza del conocimiento.