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El cristiano y los negocios: más allá de la honestidad

Para muchos, la ética de los negocios es decir “no” a la mentira, el engaño y el robo. Todos podemos estar de acuerdo en que el mundo sería un lugar mucho mejor si los comerciantes ganaran la confianza de las personas con quienes negocian, si se jugara limpio y se respetaran los recursos ajenos.1 Pero los cristianos en el mundo comercial pueden y deberían adoptar una visión más positiva de la relación que existe entre su fe y su trabajo. Lo que hace que los negocios reflejen convicciones cristianas no es exclusiva o primordialmente el hecho de que se busque evitar el engaño, la injusticia o el robo, sino más bien su contribución a mejorar la vida en el mundo. Los cristianos comerciantes pueden contribuir al desarrollo del mundo que Dios ha creado ayudando a generar y distribuir productos y servicios de valor. Pueden mejorar el mundo haciendo su aporte para reducir la pobreza y la injusticia. Al mismo tiempo, por supuesto, necesitan ser sensibles no sólo al valor de los negocios y a los productos y servicios que producen y comparten con otros, sino también a sus límites.

Las creencias y prácticas adventistas poseen varias características distintivas que resultan de especial relevancia para los comerciantes que anhelan vivir con responsabilidad ante Dios y la creación. El descanso sabático nos recuerda que aunque el trabajo es valioso, no tiene en sí mismo importancia trascendente. El énfasis adventista en la dimensión física del ser humano destaca el valor inherente del mundo material. Y la práctica de diezmar puede desarrollar hábitos de generosidad ante la necesidad ajena. Sin embargo, los principios que deberían guiar a los comerciantes adventistas al reflexionar en el significado de su profesión son los que espero caractericen el pensamiento de todos los cristianos dedicados a los negocios. Es por eso que en este ensayo me refiero a los deberes y a las oportunidades que enfrentan todos los cristianos en el mundo comercial.

Los negocios y la prosperidad de la creación

El cristiano que se dedica a los negocios contribuye al desarrollo de la vida en el mundo. Dios es el creador y la creación —tanto en sus aspectos materiales como culturales— es esencialmente buena.

La fe cristiana afirma que la vida terrenal constituye algo digno de celebrar, que el mundo entero, incluyendo sus aspectos materiales y por lo tanto culturales, es la creación buena de Dios. Los cristianos también creen que las criaturas de Dios son “subcreadoras”: Dios crea en y a través de sus actividades, y su libertad las capacita para contribuir con innovaciones a la historia del mundo. Por eso se espera que los cristianos participen en la vida económica. Al crear productos, procesos y servicios útiles y valiosos, se unen a Dios en el desarrollo continuo de la creación.

Por supuesto, esto implica riesgos. Algunos productos son innecesarios; sólo constituyen una pérdida de tiempo y dinero. Otros dañan a los seres vivientes por la manera en que se los produce. Otros son perjudiciales en sí mismos; por ejemplo, las armas químicas y biológicas. Algunas actividades mercantiles, al igual que otros componentes de la cultura humana, reflejan la influencia del pecado de manera pronunciada. Aunque la actividad económica es en su origen algo bueno, esto no significa que cada producto o proceso o servicio que podría ser creado tenga valor inherente. No obstante, muchas actividades comerciales enriquecen realmente la vida en el mundo, y la hacen más fácil, completa y agradable. Los que construyen casas, fabrican computadoras, producen alimentos, brindan entretenimiento, diseñan indumentaria atractiva, o venden comidas sabrosas realizan actividades intrínsecamente útiles que mejoran la vida en el mundo.

A diferencia de los judíos, los cristianos se han visto tentados muy a menudo a escapar de la creación divina, a actuar como si se les requiriera negar el valor de las cosas buenas que Dios ha creado. Han actuado como si el mundo material, social y cultural fuera obra de una deidad de segunda categoría y moralmente deficiente, no del Dios revelado en la historia de Israel y el ministerio de Cristo. Han pensado que la creación divina se corrompió de tal forma que la participación en su continuo desarrollo se ha tornado un riesgo moral y espiritual.

Pero pensar de esta manera acerca del comercio y los negocios es asumir que el Espíritu de Dios se ha ausentado del mundo y que la dinámica subyacente de la vida creada ya no refleja el orden divino original. La realidad, sin embargo, es que la existencia de un mundo ordenado depende de la continua presencia creativa de Dios. Los cristianos bíblicos están convencidos de que el mundo no es ni podría ser un lugar donde jamás se sienta el toque divino. Y creen que la estructura básica de la vida en el mundo ofrece vestigios de la providencia creadora de Dios. Él no es un intruso que ocasionalmente interviene en el mundo para realizar un truco de magia antes de desaparecer otra vez. Este mundo es el mundo de Dios en su totalidad, aun cuando sus criaturas no alcanzan a comprender las intenciones divinas o a veces frustran su plan original. Nuestra relación con Dios no es algo separado e independiente de nuestra relación con sus criaturas. Como deja entrever Mateo 25 (entre otros pasajes de la Biblia), amamos a Dios por medio de nuestro amor a sus criaturas.

Los cristianos fieles han estado en lo cierto al señalar el desarreglo moral y espiritual del mundo. Pero se han equivocado al ver esa decadencia como algo localizado en un lugar específico como si, digamos, el mundo deportivo o la industria de la construcción se hubieran corrompido, mientras que la iglesia fuera un refugio de absoluta pureza. El bien y el mal no pueden ser localizados en esferas particulares de la actividad humana. El impulso a negar que somos parte de la buena creación de Dios —ya sea al pretender que somos divinos o que no valemos nada— tiene consecuencias destructivas en cada área de la experiencia humana. El conflicto entre el bien y el mal se libra en cada mente y corazón, y se evidencia en todo lugar y en todo lo que hacemos. Para los cristianos, no puede haber una jerarquía entre lo sagrado y lo secular, entre lo santo y lo profano.2 Existe ciertamente la necesidad de la existencia de instituciones y prácticas religiosas, pero Dios habita tanto en el mercado como en el santuario. Los cristianos realizan la tarea que el Creador les ha asignado en el mundo tanto cuando producen y distribuyen artículos excelentes como cuando sanan, predican o educan.

Los negocios y el sanamiento de la creación

Los cristianos dedicados a los negocios pueden contribuir al sanamiento del mundo utilizando sus talentos, destrezas y recursos para reducir la pobreza y promover la justicia. La tarea más esencial del cristiano en el mundo de los negocios es contribuir a la prosperidad y desarrollo del mundo. Lo “espiritual” no tiene por qué ser sombrío, monótono o aburrido. Los empresarios cristianos no deberían aceptar el mundo material a regañadientes, sino que deberían celebrarlo, contribuyendo a su riqueza, variedad y belleza. Pero el desarrollo no es la única tarea del cristiano, ya que reconoce, con tristeza, que el mundo está lleno de dolor y miseria. Por eso el cristiano dedicado a los negocios puede y debería contribuir no sólo al desarrollo sino también al sanamiento del mundo.

Claro está, los cristianos pueden adoptar una postura puramente espiritual: El sufrimiento que encuentran en el mundo, podrían decir, es cuestión de actitudes y valores personales, de principios morales, de la relación de las criaturas con Dios. Pero el dolor que experimentan las criaturas de Dios son a menudo sufrimientos corporales, los que con frecuencia se refuerzan por las condiciones materiales en que viven. Pensemos, por ejemplo, en la desesperanza e inclinación al delito que puede resultar de la miseria. De manera que ser un agente de sanamiento, un agente de la gracia divina, no significa sólo ofrecer creencias elevadoras, fomentar actitudes apropiadas, y recordarles su relación con un Creador amante, por más útiles que sean estas actividades. Significa también mejorar sus condiciones materiales. Debido a que las criaturas de Dios tienen un cuerpo, el ser mediadores de la gracia divina en el mundo debe tener una dimensión material. Y allí es donde puede ayudar el cristiano dedicado a los negocios.

Mediante los emprendimientos sociales. El ser un empresario cristiano brinda la oportunidad de ayudar a transformar la vida material de las personas como un emprendedor social. Los comerciantes cristianos pueden ayudar a enfrentar los desafíos asociados tanto con los desastres como con la pobreza endémica al tomar importantes decisiones estratégicas de cómo y dónde producir bienes y servicios, de quién los producirá, y de cómo organizar la actividad comercial. Pueden escoger brindar empleo en las comunidades pobres ya sea de su país o del extranjero. Pueden dar oportunidades no sólo de trabajo sino también de renovar la dignidad de las personas —como los alcohólicos y adictos en recuperación— que necesitan una segunda oportunidad.3 Pueden producir y distribuir productos en las comunidades subdesarrolladas a precios accesibles. Y cuando intenten mejorar la vida de esas personas, pueden ciertamente involucrarlas para que expresen cuáles son sus necesidades y cómo podrían ser atendidas; es decir, pueden escucharlas.

Los comerciantes cristianos pueden y deberían ser emprendedores sociales. También pueden apoyar los esfuerzos de su iglesia por promover la justicia económica al animar a las agencias de asistencia social de la iglesia a que vean los emprendimientos sociales como una estrategia valiosa de desarrollo económico. Pueden enfatizar la importancia de concentrarse en cambios del sistema a largo plazo, utilizando estrategias no sólo de cambios en las políticas públicas sino también de emprendimientos sociales.

Mediante decisiones empresariales justas. Como empresarios, los cristianos pueden hacer una gran diferencia al enfrentar la pobreza. También pueden ayudar a enfrentar otros desafíos. Un ejecutivo cristiano puede ser consciente de las consecuencias de las decisiones empresariales para la salud pública, por ejemplo, siguiendo la Regla de Oro al rehusar imponer riesgos a la salud de las personas que viven cerca de una determinada fábrica, riesgos que no querría para su propia familia. Un gerente puede ser leal a los que han trabajado con él durante años al no eliminar sus puestos de trabajo sólo para ganar un poco más de dinero.4 Un administrador cristiano puede rehusar ofrecer compensaciones astronómicas a los miembros del directorio de su empresa cuando el valor real de los salarios de sus trabajadores está quedando atrás y la brecha de poder, influencia y condiciones materiales entre los directivos y los obreros está aumentando de manera dramática. Un empresario puede honrar la dignidad e igualdad básicas de los afectados por las decisiones de su compañía al asegurarse de que los obreros y miembros de su comunidad tengan oportunidad de participar en la toma de decisiones, tengan puestos gerenciales o no.

Mediante la promoción de leyes justas. Los cristianos dedicados a los negocios pueden hacer mucho para promover el sanamiento del mundo al asegurarse de que sus compañías busquen activamente hacer del planeta un lugar mejor. También pueden afectar las políticas públicas que modelan la vida económica. Les resultará tentador votar y luchar por políticas que simplemente promuevan sus intereses y los de su compañía al buscar, por ejemplo, reducir sus impuestos aun al costo de prescindir de servicios necesarios. Pero, a la luz de la visión del amor de Dios, pueden y deberían hacer mucho más. Pueden alzar sus voces para promover la justicia económica. Eso significa que pueden promover la aprobación de leyes que garanticen la oportunidad de todos a la educación superior, el seguro médico, jubilaciones dignas y ayuda económica para los desempleados. Pueden apoyar leyes impositivas que fomenten una participación justa de las cargas fiscales. Pueden buscar la aprobación de políticas de desarrollo internacional que ofrecen capacitación y fomentan el crecimiento antes que la ineficiencia y la promoción de adquisiciones de armamentos en países que apenas cuentan con la infraestructura básica. Y pueden bregar por una legislación de importaciones que permitan que los agricultores y otros productores de los países en desarrollo compitan con las mismas oportunidades que los de los países desarrollados (lo que beneficiaría no sólo a los productores sino también a los consumidores de los países desarrollados).

Los límites del mundo comercial

El adoptar una visión positiva de la ética comercial significa ver el potencial de las personas dedicadas a los negocios para hacer del mundo un lugar mejor al enriquecer la vida humana y al reducir la pobreza y la injusticia. Pero los empresarios cristianos también deben reconocer los límites de la actividad comercial.

El valor limitado de los negocios y los bienes materiales. Los bienes materiales son buenos, pero no son todo. Los comerciantes cristianos mejoran el mundo al ofrecer productos y servicios, pero estos no dan a la vida su significado último. Los cristianos de negocios no pueden, con la conciencia tranquila, publicitar sus productos de manera que implique que satisfarán las más profundas necesidades humanas, porque eso es imposible. Las posesiones y los artefactos pueden son valiosos, útiles y prácticos, pero no son divinos. Ser honestos en la publicidad significa promover productos basados en sus méritos reales, en vez de pretender que pueden satisfacer las necesidades existenciales de los clientes que buscan significado, valoración y amor en la vida.5

Escape de la carrera materialista. El reconocer los límites del mundo comercial también significa admitir que los comerciantes y empresarios no pueden considerar el éxito material como el objetivo último de su actividad. En lugar de tratar indefinidamente de ganar cada más, pueden decir no a la carrera materialista y optar por pasar más tiempo con sus amados, más tiempo para descansar y reflexionar, más tiempo para ser. Pueden explorar maneras de simplificar su estilo de vida de manera que no se sientan esclavizados por su trabajo para sostener sus hábitos de consumo.6 Y pueden reconocer que su trabajo, aunque valioso e importante, no determina el significado y el valor último de su vida, de manera que el decir “no” a demandas relacionadas con el trabajo no disminuye su valor como personas. Y pueden promover políticas empresariales que capaciten a otros para no dejarse dominar por las demandas del mundo comercial.

Libres para asumir la responsabilidad de ayudar a otros. Los bienes materiales son valiosos, pero no definen el significado de nuestra vida. El reconocer eso puede liberar a los cristianos dedicados a los negocios para que den generosamente a otros. Pueden también contribuir sustancialmente a tratar los problemas apremiantes del mundo al desarrollar empresas que produzcan o distribuyan objetos de valor genuino. Pueden contribuir asimismo con sus recursos para hacer del mundo un lugar mejor, algo que les resultará más fácil al no estar obsesionados con la adquisición de más y más posesiones u objetos. No existe una fórmula mágica.7

Por supuesto, el empresario o comerciante no es responsable de atender, o de tratar de atender, personalmente todas las necesidades del mundo.8 Pero si está dotado de talentos y recursos, tiene la responsabilidad real de hacer una diferencia positiva en el mundo.9

Un comerciante de éxito podría considerar invertir 20 ó 30 por ciento de sus ingresos en la obra de una agencia internacional de desarrollo como el Proyecto Heifer.10 Un empresario próspero podría utilizar 50 ó 60 por ciento de sus ganancias para apoyar un floreciente programa laboral para personas sin hogar. Un ejecutivo podría considerar trabajar menos horas y por lo tanto ganar menos para utilizar sus destrezas a favor, no de un programa o una agencia, sino de una persona o familia o comunidad necesitadas en particular. El reconocer que las posesiones materiales son buenas pero no de importancia última libera a los comerciantes y empresarios cristianos no sólo para disfrutar lo que tienen sino también para ayudar a otros.11

Conclusión

Un mundo en el que las personas dedicadas a los negocios evitaran mentir, engañar y robar sería un gran lugar para vivir. Pero ser un empresario o comerciante cristiano no significa sólo no dañar o estafar a otros, sino ser una influencia positiva en el mundo. Los cristianos de negocios hacen una diferencia, en primer lugar, al producir o distribuir productos y servicios de alta calidad que mejoran la vida. Pueden ofrecer belleza, variedad, eficiencia, comodidad, salud y muchos otros beneficios. Los líderes de negocios cristianos, sin embargo, pueden hacer aún más: Pueden ayudar a las personas a vencer la pobreza, a promover la capacitación en el lugar de trabajo, a educar la comunidad y a apoyar políticas públicas que encarnan la justicia y el amor divinos. Al mismo tiempo, al reconocer que el trabajo, el dinero y las posesiones no son divinos, pueden evitar la tiranía del trabajo y animar a otros a evitar el mismo mal. Y al ser conscientes de que las posesiones materiales, a pesar de ser valiosas, no tienen importancia trascendente, pueden disponer de tiempo para brindarse más a los necesitados. Al moverse más allá de la estrecha preocupación de no hacer daño hacia una visión más positiva del valor de su labor y del bien que pueden hacer, los cristianos dedicados a los negocios pueden ser ministros eficaces de la gracia divina en el mundo.

Gary Chartier (Ph.D., University of Cambridge; J.D., University of California at Los Angeles) enseña ética y legislación comercial en La Sierra University, California. El autor agradece a Deborah K. Dunn y Roger E. Rustad, Jr., por sus comentarios críticos, y a John Thomas por crear el ambiente que condujo a la clase de pensamiento representado por este artículo. Su dirección electrónica: GChartie@LaSierra.edu.

REFERENCIAS

1. Ver David Callahan, The Cheating Culture: Why More Americans Are Doing Wrong to Get Ahead (Orlando: Harcourt, 2004).

2. Ver Albert Wolters, Creation Regained: Biblical Basis for a Reformational Worldview (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1985).

3. Para conocer algunos ejemplos excepcionales, ver William H. Shore, Revolution of the Herat: A New Strategy for Creating Wealth and Meaningful Change (New York: Riverhead, 1995); The Cathedral Within: Transforming Your Life by Giving Something Back (New York: Random, 1999).

4. Ver Gary Chartier, “Friendship, Identity, and Solidarity: An Approach to Rights in Plant Closing Cases”, Ratio Juris 16 (Sep. 2003) 3:324-51.

5. Ver Jean Kilbourne, Can’t Buy My Love: How Advertising Changes the Way We Think and Feel (New York: Simon, 1999).

6. Para conocer diversos enfoques, ver Janet Luhrs, The Simple Living Guide: A Sourcebook for Less Stressful, More Joyful Living (New York: Broadway, 1997); Georgene Lockwood, Complete Idiot’s Guide to Simple Living (Indianapolis: Alpha-Macmillan, 2000); Jeff Davidson, The Joy of Simple Living: Over 1,500 Simple Ways to Make Your Life Easy and Content—At Home and at Work (New York: Rodale, 1999); Elaine St. James, Living the Simple Life: A Guide to Scaling Down and Enjoying More (New York: Hiperion, 1998); Juliet B. Schor, The Overspent American: Upscaling, Downshifting, and the New Consumer (New York: Basic, 1998); Do Americans Shop Too Much? (Boston: Beacon, 2000).

7. Ver Onora O’Neill, Towards Justice and Virtue: A Constructive Account of Practical Reasoning (Cambridge: CUP, 1996), pp. 196-200.

8. John Finnis, Natural Law and Natural Rights (Oxford: Clarendon-OUP, 1981), pp. 176-77, 195; Liam Murphy, Moral Demands in Nonideal Theory (New York: OUP, 2000).

9. T. M. Scanlon, What We Owe to Each Other (Cambridge: Belknap-Harvard UP, 1998), pp. 224.

10. Ver Onora O’Neill, Faces of Hunger: An Essay on Poverty, Justice, and Development (London: Allen, 1986), pp. 152-162.

11. Ver la discusión acerca de dar limosnas en Luke T. Jonson, Sharing Possessions: Mandate and Symbol of Faith (Philadelphia: Fortress, 1981), pp. 132-139.


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