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Buscando el verdadero sendero luminoso

Un día, hace treinta y cinco años, cuando yo vivía en una pequeña población de los Andes peruanos, me encontré revisando afanosamente los viejos papeles de mi padre. Entre esos papeles encontré un cupón de inscripción al curso por correspondencia de La Voz de la Esperanza. Llené el cupón y lo eché en el buzón. Tres meses después recibí las dos primeras lecciones. Estudié cada lección tan cuidadosamente como pude. Amplios panoramas de la verdad se abrieron delante de mí, atenazando mi espíritu.

Entretanto, terminé mi escuela secundaria en 1975 a la cabeza de mi clase y viajé a la ciudad costera de Trujillo para iniciar mis estudios terciarios en la universidad pública. Fui a estudiar ingeniería, pero me decidí por matemáticas después. Aunque no había trabajado con computadoras, soñaba con aprender todo lo que pudiese sobre su operación. En esos años mis compañeros de la universidad estaban muy identificados con la acción política dentro y fuera de ella. Poco a poco comencé a participar de las discusiones políticas, y fui elegido por un grupo de izquierda para representar a mi clase ante el consejo de profesores.

Sobrevivía en circunstancias financieras precarias, debido a que mis padres disponían de recursos muy limitados. Obligado por las circunstancias y para permanecer en la universidad, trabajé primero como carpintero y luego en una farmacia a fin de continuar con mis estudios.

Dentro de mi grupo izquierdista era considerado un estudiante serio de teoría política y un joven con un brillante futuro. Entre mis principales tareas estaba la de servir de enlace con el sindicato de empleados municipales, que era el más grande de la ciudad en aquel entonces. Por 1977, ya estaba tomando parte en conversaciones secretas sobre técnicas de guerrilla urbana y rural, patrocinadas por un grupo radical.

Mis ideales de justicia y mi candidez política me estaban llevando hacia un futuro peligroso. Para ese mismo tiempo ya había terminado el curso por correspondencia sobre las profecías bíblicas. La maravillosa exactitud de las profecías de Daniel y Apocalipsis le dio coherencia y claridad a mi mente, complicada con perturbadores temas sociopolíticos.

El estudio de las profecías me llevó a cuestionar las teorías materialistas avanzadas de Marx, Lenin, Mao, y de los conceptos evolucionistas de Darwin. Continué leyendo vorazmente historia mundial, ciencias, economía y religión. Hasta que finalmente comencé a cuestionar algunas de las declaraciones hechas por mis profesores universitarios. Además, decidí hablar con mis “camaradas” sobre mis crecientes convicciones basadas en lo que había descubierto en la Biblia. Naturalmente, se preocuparon por la influencia que mis preguntas críticas y mis declaraciones fuesen a ejercer sobre mis compañeros y profesores. Justo alrededor de ese tiempo finalicé el último de los cursos ofrecidos por La Voz de la Esperanza, y recibí por correo una atractiva tarjeta invitándome a reunirme con cierta persona en una específica dirección de la ciudad, con el fin de continuar mi estudio de las Escrituras.

Encontrando el sendero

Unas pocas semanas después, una compañera de clase me invitó a que visitara su iglesia el sábado siguiente. Como yo era el único de la clase que no había visitado su congregación, acepté. Bien temprano ese sábado de mañana salí a buscar la iglesia pero no la pude hallar. El siguiente lunes de mañana mi compañera me reclamó no haber cumplido con mi palabra al aceptar su invitación. Cuando le expliqué lo que había pasado, me dijo que había estado buscando la iglesia en la manzana equivocada y me dio indicaciones más precisas.

El siguiente sábado de mañana, mientras me preparaba para salir, recordé el cupón que había recibido de La Voz de la Esperanza y pronto descubrí que la dirección era exactamente la misma que mi compañera me había dado. Tomé el cupón conmigo y cuando llegué a la Iglesia Adventista Central, mi amiga estaba esperándome. Le pregunté si ella conocía a un hombre llamado Rodrigo Gutiérrez. Se sorprendió por mi pregunta, de manera que le mostré el cupón; entonces me dijo que era el pastor de su iglesia. Pocos minutos después nos presentó y decidimos encontrarnos la semana siguiente.

Cuando el pastor me visitó se sorprendió por el número de diplomas de La Voz de la Esperanza que había obtenido a través de los años. Durante nuestro segundo encuentro, una semana después, me formuló muchas preguntas sobre mis convicciones religiosas. Advirtiendo que estaba bien versado en los fundamentos de la Biblia, quiso saber si deseaba ser incluido en la ceremonia bautismal del sábado siguiente. Para entonces yo ya había hecho mi decisión. Así fue como el 24 de junio de 1978, el segundo sábado que asistía a una iglesia adventista, entré a las aguas bautismales para sellar mi pacto con Jesucristo, y comenzar a caminar por el verdadero Sendero Luminoso.

Pasaron tres meses y fui nombrado secretario del grupo de jóvenes adventistas que se reunía en la iglesia, y poco tiempo después fui elegido director. Por ese entonces, estábamos trabajando en el plan de fundar una escuela secundaria adventista en la ciudad, donde luego llegué a ser profesor de matemáticas.

Dios abrió nuevas oportunidades para que le sirviese. En 1981, fui nombrado el primer joven anciano soltero de la Iglesia Adventista de Trujillo. Junto con otros dos dirigentes juveniles organizamos varios campamentos, retiros espirituales, seminarios bíblicos y campañas evangelísticas. Estas actividades profundizaron mi conocimiento de la Palabra de Dios y reforzaron mis convicciones espirituales a tal punto que los administradores de la Misión del Norte de Perú me ofrecieron una beca para prepararme como pastor en nuestro colegio –hoy universidad– cerca de Lima. Sin embargo, pedí una postergación para poder finalizar los estudios que estaba cursando.

Nuevos horizontes

En agosto de 1982, dos semanas después de haber obtenido mi título universitario, fui invitado a enseñar en tres de las mejores universidades peruanas, ubicadas en la ciudad capital. Debido a que el salario era mejor y las condiciones docentes también, elegí enseñar en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) de Lima. Me uní inmediatamente a una de las mayores congregaciones adventistas y decidí que mi nuevo campo misionero sería el de los estudiantes universitarios y el centro organizado para ellos. Con los estudiantes adventistas realizamos varios viajes, campamentos y conferencias sobre profecías bíblicas. Al mismo tiempo, me mantenía activo dentro de la federación docente de la universidad.

Hacia fines de 1985, me casé con aquella estudiante que me había invitado a su iglesia. Para el siguiente año viajamos a Porto Alegre, Brasil, donde comencé mis estudios para obtener un posgrado en matemática aplicada. Luego de recibir mi master inicié otro posgrado, esta vez en computación. Finalmente obtuve mi doctorado en esa especialidad en 1995. Al mismo tiempo, mi esposa también culminó su doctorado en ingeniería mecánica.

Mientras tanto, estuvimos en condiciones de colaborar con la educación pública del norte de Perú, al ayudar al establecimiento de la Universidad Nacional de Trujillo y con el diseño de las conexiones de internet para aquella extensa región del país.

En 1988 mi esposa y yo regresamos a Brasil para enseñar en una universidad local. Durante tres años pudimos disfrutar de muchas satisfacciones profesionales y de las diversas actividades en nuestra pequeña congregación adventista del lugar. Sin embargo, nos sentíamos ansiosos por ofrecer una educación adventista a nuestros dos hijos. Pero no disponíamos de esa posibilidad en la ciudad donde vivíamos. Pronto Dios abrió otra oportunidad. El Centro Universitario Adventista de San Pablo nos invitó para unirnos a su cuerpo docente. Era la tercera vez que una institución adventista de educación superior nos invitaba a enseñar. Esta vez aceptamos el llamado y nos trasladamos a la enorme metrópoli de San Pablo.

Desde enero de 2001 he estado enseñando ingeniería de sistemas, computación gráfica y telecomunicaciones. Junto con mis dos hijos estamos participando activamente en el Club de Conquistadores. Además, sirvo como anciano de la iglesia universitaria y director del club de Guías Mayores. Mi esposa también enseña en la universidad y coordina la escuela sabática en castellano.

Cuando echo una mirada hacia el pasado, me siento inmensamente agradecido por todas las bendiciones recibidas de Dios. Me escogió cuando todavía estaba viviendo mis años juveniles y me protegió al atravesar aquellos turbulentos años universitarios. Y me dio el privilegio de ser su testigo en muchas ocasiones. Cada vez que se me presenta una elección importante en mi vida, me confrontan las palabras de mi Señor: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

El Dr. Ausberto Castro enseña en el Centro Universitario Adventista de San Pablo, Brasil. Su dirección electrónica es: ascv@computer.org.


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